viernes, 15 de julio de 2011

La danza de las aves



La danza de las aves
Relato original de Pacelli Torres

El águila desplegó sus alas y se lanzó al aire. Con precisos movimientos de su cabeza y ayudada de su aguda vista inspeccionaba los campos. No buscaba presas, simplemente hacía una evaluación. Abajo, en la tierra, roedores y alimañas reñían entre sí por pequeños bocados sin sospechar siquiera que estaban siendo observados.
Dos criaturas en particular llamaron la atención del ave de presa, se trataba de una musaraña de hirsuto pelo café que halaba un trozo de carne casi podrida que una gran rata gris luchaba por engullir.
A los ojos de un filósofo que leía en un banco del parque y que levantó la vista justamente en ese momento, el espectáculo pareció ligeramente diferente. Un elegante abogado con traje café e impecable peinado reñía con un obrero de overol gris por el pago de unas comisiones y otros términos legales que el filósofo no entendió o no quiso entender. Fijando de nuevo los ojos en el libro, aunque alterado por el alto tono de la disputa, hizo un esfuerzo por concentrarse de nuevo en su lectura.
Allí leyó como el águila dio un giro y describió un gran semicirculo en el cielo para finalmente posarse en una cumbre escarpada donde se hallaba el buitre. Dialogaron amablemente en el lenguaje secreto de las aves y luego emprendieron el vuelo. El águila trazó un arco y se dirigió al este. El buitre, por su parte, se lanzó en picada hasta el lugar donde las criaturas reñían por el bocado y con gran determinación arrancó el objeto de la riña de sus fauces y garras y se posó en un árbol cercano a engullirlo sin prisa.
Al leer esto, el filósofo rápidamente levantó la vista y fijó su atención en los hombres que reñían. Y en efecto, pudo distinguir claramente cómo el estrés generado por la disputa se extendía por el cuerpo de los dos hombres robando su vitalidad. Lentamente carcomía su calma, confundía sus ideas y manchaba sus epiritus. Y todo por el simple afán de unas cuantas monedas.

Pacelli, julio 15 2011

jueves, 14 de julio de 2011

El amor en una cinta de Moebius



El amor en una cinta de Moebius

Relato original de Pacelli Torres


La dama misteriosa solía salir en las mañanas vestida de niebla y vagaba por los campos en busca de telarañas abandonadas de donde, en las gotas de rocío que quedaban allí suspendidas, extraía la tinta transparente con la que escribía sus poemas sobre los pétalos de las flores.


Una mañana de Mayo, mientras vagaba por los campos aledaños a un molino abandonado, escribió sobre una rosa un poema acerca de un principe aventurero a quien ya no pudo olvidar. Desde entonces permaneció cerca al rosal a la espera de la llegada de su amado.


Sin darse cuenta, los elementos y la tristeza la fueron consumiendo. El sol y la brisa dispersaron la niebla y la dama misteriosa se desvaneció con ella. Sólo perduró su esencia en forma de las lágrimas derramadas sobre una telaraña.


Abajo, una comunidad de seres diminutos espera que una de esas gotas se desprenda de la telaraña y forme un diluvio que impulse su flota de barcos. En una de esas naves ha de viajar el capitán Sabec quien ha esperado por mil años las condiciones propicias para emprender su gran conquista. Invadirá el reino cercano de Garip y tal vez consiga apoderarse del diamante de Bertel, que perteneciera a su abuelo y que según se dice tiene propiedades mágicas.


En su bola de cristal, no muy lejos de allí, una vieja bruja ve el futuro y lo susurra a mi oído a través del espacio interdimensional.


El capitán, en efecto, conquistará el reino vecino, pero buscará en vano aquella elusiva joya. En su lugar encontrará en una pequeña cámara del castillo a una joven prisionera que en silencio contempla los campos lejanos.


Sabec ha de huir con ella y regresará a su reino y le hará su esposa y le proclamará reina. Y ella, en las mañanas de niebla, vagará por los campos en busca de gotas de rocío sobre una telaraña para usarlas como tinta y escribir que su sueño se ha cumplido.


Pacelli, Julio 14 de 2011

miércoles, 13 de julio de 2011

LLAS RUINAS DE KATALUM


Las Ruinas de Katalum
Relato original de Pacelli Torres

“Se dice que nadie puede encontrar las ruinas de Katalum. Sin embargo, podría jurar que aquellas marcas que vi en la semilla de un durazno, eran justamente el mapa para llegar a Katalum”
“Pero”, me dije a mi mismo,” nadie puede llegar a Katalum. Incluso conociendo su posición es imposible alcanzar aquellas ruinas míticas que han poblado por milenios las leyendas de los pueblos remotos que visitara en mi juventud”
“Ahora tengo 98 años y mis ojos y mis fuerzas empiezan a fallarme. Pero Katalum persiste anclada en mi mente desde el día en que oí hablar de ella por primera vez”.
“La semilla de durazno con el mapa que conduce a aquellas mágicas ruinas la he sembrado en mi jardín. Me gusta pensar que algún día crecerá de ella un frondoso árbol que servirá como guía a los viajeros suficientemente aventureros que busquen llegar a mi amada Katalum”.
Y aquel anciano que escribía murió y el árbol creció sano y fuerte; y cuando el sol proyectaba su sombra, en efecto, aparecía la silueta de las ruinas de Katalum.
Pero, algo mucho más maravilloso sucedía al mismo tiempo. En todas y cada una de las hojas tenía lugar un milagro. La energía solar era trasformada en energía química que el árbol empleaba para su crecimiento, y, a la vez, consumía dióxido de carbono, sustancia de desecho de otros seres vivos; y producía oxígeno, esencial para la vida en la Tierra.
El joven botánico que leía esto en su viejo libro levantó los ojos y estuvo pensativo por largo tiempo, antes de comprender que había llegado a Katalum.

Pacelli , feb 10 2011

Mutaciones en la sombra



MUTACIONES EN LA SOMBRA

Relato original de Pacelli Torres

Un pesado manto cayó sobre Kafir y éste se halló en el mundo de las sombras. Había sombras de todas las formas y tamaños, algunas eran bien definidas, como las proyectadas por el cuerpo de un hombre colgado a la luz de la luna. Otras eran difusas, como las producidas en el atardecer tenebroso de un campo santo.


Kafir observó con atención a su alrededor. Siempre había anhelado un refugio para aquellos tiempos en los que ya nada importaba. De los miles de sombras había una que llamó su atención. Dió un paso hacia ella y su cuerpo comenzó a cambiar. De la espalda le salieron cuatro tentáculos que se agitaban suavemente en el aire. Kafir respiró profundamente, ya no podía regresar.


Al dar su segundo paso, otra extraña mutación tuvo lugar. Dos enormes ojos de mosca crecieron en su cabeza y cambiaron el foco de su visión. Sus ojos originales perdieron luz y se fueron atrofiando y reduciendo de tamaño hasta desaparecer. Sus nuevos órganos de la visión contenían miles de puntos focales y formaron en su mente una nueva imagen del mundo que le rodeaba, las sombras adquirieron un tinte nuevo, y solamente entonces descubrió la fuente de las sombras, sus propios sentimientos de avaricia e intolerancia se habían hecho tan espesos que terminaron condensandose en la forma del tétrico mundo en que se encontraba.


Kafir sintió un gran vacío interior y sin embargo dió otro paso hacia adelante. Al igual que las veces anteriores, una nueva mutación tuvo lugar. Su pecho se ensanchó hasta el doble de su tamaño y se hizo de un color traslúcido que permitía ver su purpura corazón bombeando una sustancia negruzca por todo su cuerpo. Kafir sintió con asombro que todos sus sentimientos se mezclaban. Un remolino de emociones lo embargó y, en la extraña confusión, el olvido y la desesperación se agitaron hasta casi asfixiar su buen juicio, y toda esperanza pareció desaparecer.


El terror se apoderó de él y quizo regresar, pero estaba petrificado en medio del mundo de las sombras. Las ondulaciones de sus tentáculos se hicieron más intensas, sus ojos compuestos captaban el horror inimaginable de las sombras y las imagenes así capturadas le recordaron el tiempo lejano en que lavaba sus pinceles después de pintar con acuarela. Su vida había tomado el tono de aquella agua turbia que quedaba en el frasco.


Respiró pesadamente y, casi involuntariamente, dió otro paso hacia adelante. Kafir estaba a medio camino de la sombra que había elegido como destino. Jamás se imaginó estar perdido en un mundo que no conocía. Los nuevos organos adquiridos en las mutaciones no eran de utilidad para él como individuo, parecían más bien servir al mundo de las sombras. Kafir esperó espectante por un nuevo cambio. Sus piernas se alargaron, y de ellas comenzaron a salir ramificaciones que se extendían en todas las direcciones. Sus organos inferiores se estaban transformando en raices, y sintió que lentamente se enterraban en el piso fangoso que acababa de pisar.


Kafir se había transformado. De su ser original quedaba muy poco, pero se aferró con tesón a una idea, a un vago recuerdo que tuviera de cuando era niño. En aquella ocasió había despertado en medio de una pesadilla y al abrir la puerta de su habitación se vió en medio de la más terrible oscuridad. Su miedo creció a tal extremo que le impulsó a enfrentarse con el objeto mismo de su terror, corrió en medio de la oscuridad hasta la habitación de sus padres, y estuvo salvado.


El mundo de las sombras era cada vez más amenazante. Las raices en que se habían transformado sus piernas tras la última mutación se habían desarrollado a tal punto que se vió enterrado hasta la cintura en el lodo espeso de aquel abominable paisaje. Los tentáculos en su espalda comenzaron a agitarse en la dirección de su destino y en sus terminaciones se desarrollaron unos sensores color violeta que parecían alimentarse de la oscuridad.


Kafir hizo un esfuerzo sobrehumano por recobrar la cordura y su mente se calmó. Sus ojos compuestos escudriñaron el panorama evaluando la situación. A su alrededor miles de sombras palpitaban y un desagradable chillido ronco empezaba a sonar. Anclado al piso como estaba, Kafir comprendió su triste realidad. Jamás alcanzaría la sombra elegida, aquella había sido únicamente un señuelo. Ahora serían todas las sombras las que se cerrarían sobre él hasta engullirlo. Quiso cerrar los ojos, olvidarse de todo, sumergirse en un sueño, pero sus ojos compuestos no tenían párpados, su vida misma se había transformado en una horrenda pesadilla. La desolación inundó su pecho traslucido y su corazón, ahora negro, comenzó a latir más lentamente. Su mente buscaba con afán el sentimiento tras el recuerdo de niño, aquella fuerza motriz que le llevó a enfrentarse a la oscuridad, pero su pecho había sido carcomido.


Kafir resignado se abandonó al mundo de las sombras. Éstas se cerraron sobre él y un viento frío comenzó a congelar su alma. Quería acelerar el tiempo, hacer que todo terminara pronto, pero las sombras no tenían prisa, más bien, parecían complacerse en la tortura.


Vino entonces un relámpago centellante, un lapso momentaneo de razón, y el brillo de unos ojos rasgó la oscuridad por una fracción de segundo. Kafir hizo un último esfuerzo por liberarse del mundo de las sombras, agitó con fuerza el poco cuerpo que aun tenía bajo su comando y gritó un nombre, una sola palabra con el poder de vencer todos los obstáculos. Las sombras retrocedieron, se tiñeron de un color gris y lentamente se fueron haciendo tenues hasta convertirse en un halo azuloso que flotaba en el aire. Kafir, exhausto, repitió el nombre, esta vez para sí mismo, y las sombras desaparecieron por completo.


Lentamente se revertieron también las mutaciones. Kafir recuperó su cuerpo y pudo caminar de nuevo, y nunca más quiso buscar el mundo de las sombras. Respiró de nuevo y una mano suave tomó la suya. Kafir por tercera vez repitió el nombre y entonces todo fue Luz.

Un día de carnaval



Un día de Carnaval

Texto Original de Pacelli Torres


El carácter festivo se había extendido por todo el pueblo. Era tarde de carnaval. Desde hacía varios meses se habían preparado las elaboradas carrozas que le darían vida a la festividad. Se habían confeccionado también coloridos trajes para adornar las carrozas que animarían la fiesta, y el público expectante empezaba a tomar lugar en los balcones de las casas de los pudientes o en las ventanas de los no pudientes, o simplemente en las aceras del pueblo para gozar de primera mano la alegría del carnaval.


Era tarde de carnaval en el pueblo y nada más importaba. El sol brillaba en el cielo, una suave brisa refrescaba el ambiente y los músicos se dedicaban a afinar sus instrumentos y se daban los últimos toques a los disfraces de los participantes. Todo presagiaba que aquel sería un carnaval inolvidable.


El desfile de comparsas y carrozas comenzó a la hora que estaba proyectado, y todo el pueblo se inundó de música, baile y alegría. Todos quienes formaban parte del desfile tenían cubiertos sus rostros con máscaras multicolor cuidadosamente diseñadas y decoradas con plumas y escarcha.


Sí, todo era jolgorio y alegría en aquella tarde de carnaval.


Pero, sin que nadie lo sospechara, otro carnaval estaba a punto de comenzar. Se trataba del carnaval de los duendes, seres misteriosos que habitaban los campos y bosques que rodeaban al pueblo. Aquellos seres mágicos abandonaban sus moradas una vez cada cien años y por un día se mezclaban con los humanos. En aquella ocasión ese día coincidió con el carnaval.


Así que mientras el desfile avanzaba por las principales calles, los duendes se fueron infiltrando entre los marchantes, y, dado que todos estaban disfrazados, nadie notó su presencia.


Aquel fue sin duda un día extraordinario. El mejor carnaval de los últimos años, el más colorido, el mejor organizado.


Cuando se acercaba el final, una niña hérfana que vivía con su abuela en una casa miserable a las afueras del pueblo y que veía el carnaval por primera vez en su vida, notó que una lágrima se deslizaba tras la máscara de uno de los danzantes y caía al piso.


Cuando la música dejó de tocar se oyeron los sollozos de todos los que participaban en el desfile, y estos, al retirar sus máscaras, dejaron al descubierto sus rostros cargados de pena y dolor, insufrible tristeza o simple desesperación.


Nadie lo notó, pero una docena de figuras coloridas abandonaban el desfile llevando pesados sacos a sus espaldas y se dirigían a los campos y bosques que rodeaban el pueblo.


Los duendes traviesos habían robado la alegría a los humanos y la llevaban a sus escondites secretos, posiblemente al interior de la tierra.


El día de carnaval terminó, y todo se olvidó al día siguiente. Los habitantes secaron sus lágrimas y volvieron a sus trabajos, tal y como lo hubieran hecho si el carnaval hubiera sido normal. En tal caso habrían olvidado su momentanea alegría de un día y se hubieran ocupado de su rutina otra vez.


Solamente un habitante del pueblo recordó lo sucedido en el carnaval. La niña huérfana, que viera la primera lágrima, salíó a caminar por los campos en busca de frutas silvestres y con gran sorpresa encontró a los duendes regando los árboles con las alegrías que habían recogido en el carnaval.


Pasaron los meses y las frutas maduraron en los árboles. La niña y su abuela las recogieron y abrieron una venta. Todos quienes comían aquellas frutas sentían una profunda alegría en el centro de su corazón. La niña hérfana progresó y se mudó con su abuela a una de las mejores casas del pueblo. Y en cuanto a los demás habitantes, todos sintieron felicidad y bienestar permanentes.


Los duendes regresaron a sus escondites secretos, donde esperarán cien años para participar de nuevo en otro carnaval.

Oda al Misterio

Para Birgit


ODA AL MISTERIO

Relato original de Pacelli Torres


Todo era calma en medio del bosque. Por alguna extraña razón los insectos habían cesado su costante melodía y los pájaros permanecían mudos. Incluso el viento había dejado de soplar. Todo el bosque parecía estar a la expectativa de un gran acontecimiento que se aproximaba.


Una gota silenciosa se deslizó despacio sobre una gran hoja de color esmeralda y el bosque entero pareció suspirar. La gota cayó al piso, sobre las hojas secas, y se coló etre ellas hasta llegar a la tierra. Comenzaba el milagro.


El bosque entero se sumió en el aroma de la tierra húmeda, el aroma de la vida y la pequeña gota, dividida ahora en partículas diminutas, se vio absorbida por los capilares de la raiz de un rosal que exhibía un único botón a punto de abrirse.


Los habitantes invisibles, guardianes del bosque y de los misterios de la Naturaleza, no pudieron evitar traer a su mente el lejano recuerdo de cuando siendo humanos caminaban por el bosque sin sospechar siquiera sus infinitas maravillas.


Aquel era el mayor de los misterios, la alquimia divina, la transmutación de elementos muertos en elementos vivos. Pero faltaba aun un ingrediente primordial.


Las diminutas partículas de agua ascendieron por el tallo y en medio del más impresionante laberinto buscaron con afán el lugar indicado para el mayor de los sacramentos.


Aquel hermoso rosal extendía sus hojas hacia el cielo implorando por luz. Un diminuto rayo que pudo colarse por entre las hojas de los árboles mayores tocó su superficie y fue atrapado con avidez por la planta.


Y ahora, mientras en la cámara nupcial se consume el gran encuentro, mientras la Luz se combian con el Agua para sostener la vida; los espíritus del bosque entonan un canto inaudible para los humanos en el que cuentan cómo de esta unión, de esta energía recién formada, viene el impulso que hace florecer tanto a rosas como a galaxias.


El joven botánico, que observaba sin moverse el espectáculo, se pregunta por qué aquel gran misterio que los libros llaman fotosíntesis ha perdido su carácter de sacramento tanto en la ciencia como en la conciencia.


Gracias al gran milagro el botón del rosal se había transformado en una hermosa rosa roja.


El joven se levanta despacio y con gran delicadeza toma la rosa recién abierta y la lleva a su amada.


-Con esta flor – le dice más tarde- te expreso el más reverente de los amores.


Pacelli

Junio 16 2011

Luces y Sombras

LUCES Y SOMBRAS

Relato original de Pacelli Torres


Era la decimotercera luna llena del año mítico de Dajal y en el aire flotaba una extraña sensación de que los elementos estaban a la espera de un gran acontecimiento. La luz plateada se reflejaba en las hojas de los árboles y una tenue bruma ascendía y luego se disipaba en el aire. A lo lejos se oía el aullar de los perros y frente a la ventana Tembol contemplaba en silencio el panorama y recordaba los días de su juventud en que trabajara como asistente de la temible hechicera Kran. Fue precisamente una noche de luna llena cuando Kran se despidió de él y le dejó como recuerdo un pequeño cofre negro con bordes azulados que Tembol aun conservaba. Estas son las alas – le había dicho la hechicera- que te llevarán más allá de las esrtrellas hasta el lugar donde nace la luz.


Extraño presente, para venir de una hechicera, había pensado. Y extraño también fue el hecho de que al día siguiente de su despedida una turba iracunda incendiara la cabaña de Kran y las llamas consumieran todos los registros de sus investigaciones. La gente del pueblo había odiado a la hechicera, tanto como Tembol había odiado la ignorancia de sus coterraneos.


En el momento preciso, pensaba aquel oscuro personaje frente a su ventana, me pondré las alas y remontaré los cielos hasta los confines del universo no para buscar la luz sino en busca de las sombras. Perseguir la luz nunca había llamado su atención. Desde niño lo cautivaron las sombras. Su carácter era sombrío, sus ropas a menudo eran grisies, nadie podía asegurar haberlo visto sonreir más de una vez, se sentía solo en medio de la compañía y acompañado en medio de la soledad. Definitivamente su carácter era oscuro y él mismo se sentía parte de las sombras. Quizá por eso fue empleado como uno de los asistentes de la última hechicera que viviera en la región.


Aquella noche de luna llena Tembol buscó el viejo cofre y luego de soplarle el polvo lo abrió. En él había un par de alas, eran las las de una mariposa, negras con vetas azules. En el cofre también había un papel amarillento con unos caracteres grabados en un viejo idioma, y al verlos sonrió recordando las muchas horas que pasara junto a la estufa de Kran memorizando los signos.


Con un suspiro tomó las alas y las puso en su nuca repitiendo los sonidos escritos escritos con pluma de ganso por su antigua maestra. De inmediato una extraña transformación tuvo lugar. Las alas crecieron en su espalda, su cuerpo se hizo delgado, sus sentidos se agudizaron, su mente se hizo clara y abriendo la ventana, aquel insólito personaje; mitad humano, mitad insecto, se elevó por los aires bajo la luz de la luna.


Lo que sucedió enseguida quedó grabado en los anales del tiempo, y es ahora cantado por las ranas del estanque cada vez que brilla la luna. Más allá de lo poco que he podido descifrar de ese canto y sujeto a mi propia interpretación, me atrevo a decir que Tembol viajó por el universo entero buscando el reino de las sombras y en su empeño visitó constelaciones y galaxias conocidas y desconocidas y tal vez cruzó mundos interdimensionales, o quizá intertemporales, el canto de los batracios no es claro en este punto, hasta llegar al lugar donde mueren las sombras. En aquel confín del universo finalmente descubrió con asombro que es justamente allí, donde mueren las sombras, que tiene lugar el nacimiento de la Luz.


Pacelli, julio 9 2011


Catalejo y su misión

Relato original de Pacelli Torres

Catalejo es un extraño personaje que cultiva los relámpagos en las tardes de tormenta. Viste un majestuoso traje de lentejuelas brillantes y un sombrero de copa. En días lluviosos, deja sus recintos y sale a la espera del fulgor de un rayo. Allí, deposita sus semillas y regresa a su hogar.

La posibilidad de que sus semillas germinen es bastante remota, y aunque Catalejo conoce las estadísticas, ha continuado su labor por miles y miles de años.

Le conocí hace algún tiempo, cuando durante una caminata de domingo, me ví en medio de una inclemente tormenta. Al principio no entendí qué significaba ese segundo resplandor que aparecía con cada relámpago, luego se fue haciendo claro ante mi vista y finalmente pude distinguir una figura con sombrero de copa moviendose a prisa en el cielo que. El retumbar del trueno era una señal de que su misión había concluído con éxito.

Catalejo ha esperado por milenios ver sus semillas florecer, y lo hace sin prisa ni desesperación, pues sabe que mientras haya seres humanos en el planeta tierra existe la posibilidad de que sus semillas sean regadas con la energía apropiada y puedan germinar. Al hacerlo, tal vez la cadencia que producen forme la fuerza motriz que ordene las letras para formar un poema de amor.

Y, en efecto, no hace mucho, un estudiante que durante una pausa en sus estudios observaba tras la ventana una tormenta, escribió un poema para su amada, y los ojos de esta al leerlo brillaron con el resplandor mágico que hizo que Catalejo supiera que su labor por fin había dado fruto.

Pacelli, julio 13 2011

lunes, 11 de julio de 2011

Metamorfosis

Metamorfosis
Por Pacelli Torres

No será que todos atravesamos por una metamorfosis interior?
Algunos de nosotros no sienten reparo en arrastrarse toda la vida como orugas y convencer a los demás de que esa es la única realidad que existe.
Mientras no decidan formar un capullo a su alrededor, donde sólo estén ellos con ellos mismos por un tiempo más o menos prolongado, jamás aprenderán que existe otra realidad (o muchas otras realidades para ser exactos).
Hagamos el ejercicio en estas vacaciones. Levantemonos a las 6 am y salgamos a caminar por alguno de los muchos caminos que salen de nuestro pueblo, observemos la naturaleza, sintamos la brisa y el sol y luego el cansancio y la sed y tal vez cuando regresemos notaremos que a nuestro pensamiento le han salido alas.

Una forastera en Umbalad

UNA FORASTERA EN UMBALAD
Texto original de Pacelli Torres

Aquella ciudad había sido construida sobre una telaraña. En los tiempos que precedieron a la gran inundación, en lo que más tarde sería el país mítico de Dhalajinn, habitaban seres realmente gigantescos, tan enorme era su tamaño que se alimentaban de criaturas del tamaño de nuestros antiguos saurios.Uno de ellos era una araña de proporciones descomunales que tejió su telaraña entre dos altas montañas en lados opuestos de un valle. Durante siglos nunca le faltó el alimento pues diversas clases de criaturas eran atraídas y caían en su red. Cuentan los antiguos textos que después de mucho tiempo abandonó su red y estuvo vagando de colina en colina hasta que no se supo ya de su paradero.Los primeros colonizadores que llegaron al lugar encontraron la red abandonada y considerando los múltiples peligros que se presentaban en el río y su rivera, así como en la selva impenetrable de las montañas cercanas decidieron edificar sobre ella su ciudad.Umbalad fue el nombre que le dieron queriendo significar “suspendida en el aire”. Aquella era sin duda una ciudad excepcional. Las cuerdas de la red formaban sus callejuelas y eran lo suficientemente amplias para que dos carruajes transitaran simultáneamente por ellas. Había lugares donde habían construido plataformas artificiales sobre las cuales habían levantado magníficas edificaciones. En cuanto a los víveres y suministros, habían adaptado sistemas especiales para captar el agua lluvia y un ingenioso despliegue de trampas colgantes les permitía cazar a los descendientes de las criaturas voladoras de antaño. Aquella era su fuente primordial de proteína aunque algunas plantas habían empezado a invadir la telaraña y sus frutos habían probado no sólo ser comestibles sino también bastante apetitosos.El pegante natural usado por los arácnidos al construir su tela parecía haber perdido su poder hacía mucho tiempo, así que no era impedimento para el libre tránsito de los habitantes de aquella ciudad colosal.Hasta allí llegó un día Rassej, una de mis compañeras de la academia, recorriendo los pasajes desolados que unen diferentes mundos en distintas dimensiones. Lo primero que aprendió, y aquello fue en extremo tranquilizador, fue que por alguna razón la gente no caía hacia el abismo si resbalaba de las cuerdas sino que era atraída por una especie de magnetismo hacia la telaraña. Los objetos y todo aquello que ya no poseyera vida, sin embargo, no estaban sujetos a tal efecto y caían con creciente velocidad hacia el vacío.Siendo una viajera experimentada asimiló pronto las costumbres del lugar y como cualquier filósofa errante pronto se vio rodeada de innumerables amistades con quienes compartía anécdotas e intereses que algún día reposarían en uno de los libros de la gran biblioteca de Dhajalinn.Su estancia en Umbalad culminó un par de años antes de la gran conmoción que azotara el lugar. El temible arácnido constructor de la telaraña había regresado y pronto dio cuenta de sus más preciadas presas. Los habitantes trataron de huir pero atraídos como estaban a las cuerdas, su escape fue imposible. Registros escritos de lo sucedido cayeron al río, y junto con el relato de mi camarada son el único vestigio de la existencia de Umbalad.

Pacelli
Sept 30 2009

Bantek, el artesano

BANTEK, EL ARTESASNO
Relato original de Pacelli Torres

Cuentan las leyendas que a las afueras del pueblo de Bantú vivía un artesano de nombre Bantek. Aquel era un buen hombre que después de haber educado a sus hijos y haber quedado viudo vivía solo en lo que anteriormente había sido el taller de sus antepasados. En aquel tiempo ya no hacía artesanías y se dedicaba al cuidado tanto de su huerta y como de sus recuerdos.Un día Bantek encontró una vieja vasija de barro y dentro de ella un pergamino y una llave. El pergamino estaba escrito en un viejo código familiar y daba las instrucciones para encontrar un cofre que, según decía, había pertenecido al gran Donard, uno de sus antepasados famosos que bien podría considerarse el da Vinci de Dhalajinn.Era costumbre en aquel país mítico y en sus alrededores facilitarles la vida al máximo a los ancianos así que el artesano no tuvo mayor inconveniente para emprender el viaje hacia la región montañosa al oriente de su hogar donde según las instrucciones debería aventurarse por senderos subterráneos.Hasta allí llegó allí acompañado de unos mercaderes en tránsito pero el recorrido por los laberínticos pasajes de las cavernas lo hizo solo. Las cuevas habían sido habitadas por diferentes civilizaciones a lo largo de los siglos y sus paredes estaban adornadas por gravados y jeroglíficos que contaban las hazañas de los héroes pasados.Bantek contempló con asombro los signos allí inscritos así como algunos objetos dejados por los antiguos pobladores.Luego, estudiando atentamente el pergamino, determinó el lugar donde debería estar el cofre. Aquella era una cámara amplia cuyas paredes y techos estaban completamente adornados por arabescos y pinturas que representaban el estilo de vida de los tiempos pasados. En una pared estaban escritos los nombres de sus antepasados hasta llegar a su padre, debajo del cual Bantek escribió el suyo propio.El cofre a que se refería el manuscrito estaba sobre una pequeña mesa de madera en un rincón. Usando la llave lo abrió y encontró un libro empastado en hierro y cuero con instrucciones que hablaban de una puerta movediza tras la cual había unas escaleras de piedra que descendían hasta perderse de vista. Por allí avanzó y notó con asombro que al hacerlo iba ganando fuerza y lozanía. Al principio no lo pudo creer, pero al descender iba rejuveneciendo.Bantek, el artesano, pasó de los 70 años a los 60 y luego fue des-madurando hasta llegar a los 40 y finalmente alcanzó la edad de 33 años justamente cuando al llegar al final de las escaleras se vio frente a una gran puerta de bronce donde había grabados símbolos sagrados. Golpeó con el pesado aldabón y la puerta se abrió para dar paso a un grandioso salón con techo abovedado donde diversas clases de seres se dedicaban a las más disparatadas actividades. Bantek los observó con curiosidad al principio y luego con gran atención, pues creyó entender lo que allí sucedía. En un trono estaba un rey y junto a él un bufón hacía malabares y pronto comprendió que se trataba del rey Lear del drama de Shakespeare, también vio al Quijote luchando contra los molinos de viento, del libro de Cervantes y a Fausto y Mefistófeles firmando un pacto con sangre.Todos estos personajes eran desconocidos para Bantek cuando viviendo en la superficie trabajara como artesano, pero lo cierto es que al descender por las escaleras del laberinto, este y otros conocimientos se fueron imprimiendo en su consciencia a medida que rejuvenecía.Había llegado, sin saberlo, al mundo de las ideas puras de que hablara Platón, pues aquellos no eran seres reales sino los arquetipos de lo que habría de ser.Allí también encontró la fuente de sus propias ideas y luego de observarlas con atención, un gran tirón lo sacó de aquella dimensión. Sintió un fuerte dolor y lloró dentro de su nuevo cuerpo de bebé recién nacido. Bantek acababa de entrar a nuestro mundo.

PacelliOct 1 2009
(incluso a mí me parece un relato raro)

Jeram, el pescador

JERAM, EL PESCADOR
Relato original de Pacelli Torres

Junto a un lago tranquilo existe una cabaña pequeña donde habita Jeram. Jeram es un ser diminuto a quien es difícil catalogar como duende o como humano. Algunos afirman que su naturaleza es dual, y otros dicen que es un ser de una especie completamente diferente.Jeram acude cada luna llena al lago y deja caer su anzuelo. Espera algún tiempo y casi siempre puede pescar una herradura. Cuando su pesca es infructuosa entona una canción melancólica que resuena en los bosques circundantes y regresa con las manos vacías a su cabaña.Darim, el mensajero de los sabios, reparó en él una noche y sin que este se diera cuenta estuvo observándolo mes tras mes durante sus visitas al lago, convertido en un ave nocturna que se posaba en un árbol cercano. Desde allí pudo ver al pescador sacar gran número de herraduras y sólo en dos ocasiones oyó su canto que casi le congeló la sangre.Para qué colectaba tantas herraduras? Fue algo que Darim comprendió el último día que vio a Jeram.Cuando éste había hubo pescado su última herradura apareció en el cielo un enorme ciempiés que volaba con su movimiento ondulante y vino a posarse junto a la orilla del lago. Allí Jeram, con gran paciencia, comenzó a ponerle las herraduras y sólo terminó al amanecer. Entonces montó sobre el majestuoso ciempiés y éste elevó vuelo en la dirección opuesta al astro rey.Darim, el guardián de la noche, fue a contar su historia ante el congreso de venerables ancianos que se reunía cerca al país mítico de Dhajalinn. Los sabios ancianos deliberaron largo rato y llegaron a la conclusión de que sin duda alguna Jeram era uno de ellos. Había pescado en el lago de la ignorancia y con el conocimiento adquirido había remontado vuelo a otras esferas.Para comprobar su teoría enviaron a Darim de regreso al lago una noche de luna llena y allí sobre la superficie plateada vio unos signos que los sabios reconocieron como el factor de integración para resolver Ecuaciones Diferenciales lineales.PacelliSept 25 2009

Zartos, el habitante del pantano

Zartos, el habitante del pantano
Relato original de Pacelli Torres

En el lago pestilente donde la temible hechicera Sacer de Raluar tenía su morada habitaba una gran cantidad de seres malignos producto de su más oscura magia. Uno de ellos era Zartos, quien teniendo forma de camaleón, también poseía alas que le permitían remontarse por el aire. Tenía también dos largas colas de color bronce y un cerebro superior al de muchos humanos.Zartos odiaba el pantano y a las criaturas con las cuales convivía. Sentía un afecto extraño por Sacer, pero detestaba las limitaciones a las cuales se veía sometido.Un día decidió aventurarse lejos del lago, pero los miles de insectos que merodeaban el lugar alertaron a Sacer quien de inmediato vino a ver de qué se trataba. Zartos confesó a su ama su deseo de alejarse de aquel lugar y Sacer le permitió marcharse por un año, pasado el cual debería traerle algo que ella habría de juzgar. Si era de valor Zartos ganaría su libertad, en caso contrario perdería su vida.Este aceptó el trato. Por varios meses estuvo rondando las ciudades de los humanos, se transformaba en gato, perro o insecto y estudiaba con atención su comportamiento. A veces también adaptaba formas inanimadas como brisa, lluvia o la llama de una vela y los acompañaba en sus festines o en sus momentos de dificultades. De esta forma aprendió del carácter humano y supo que en un mundo de apariencias lo que de verdad cuenta es lo que cada uno lleva en su corazón.La vida en el pantano, ahora en retrospectiva, parecía sólo un accidente. Aquella no era su naturaleza. Tal vez con Sacer sucedía lo mismo. Si quería llevarle algo de valor, debería encontrarlo en el corazón de la hechicera y no en el mundo exterior.Con esto en mente, regreso dos meses antes de que se venciera el plazo. En su ausencia había aprendido y practicado técnicas de transformación que le permitieron evadir la vigilancia del pantano. Su conciencia se había hasta cierto punto humanizado y pudo ver en sus antiguos compañeros del pantano sus dolores mudos y en algunos casos lo que habría de ser su triste porvenir.Sacer, como siempre, estaba ocupada entre sus libros de magia y sus experimentos y no pudo notar la presencia de Zartos que entró en su cabaña en forma de hoja seca de nogal y permaneció allí observando tratando de encontrar algo que le diera muestra de lo que Sacer llevaba por dentro.Aquel y los días que siguieron fueron infructuosos. Sacer de Raluar tenía muy bien guardados sus secretos. Un día, sin embargo, la hechicera salió a recoger hongos venenosos para sus pociones. A menudo cuando salía al campo se arrodillaba a contemplar algún pequeño misterio de la naturaleza, una planta recién germinada, una araña haciendo su tela, el musgo amarillo que crecía en las piedras o un ciempiés en un tronco podrido. En esos instantes se absorbía tanto en su contemplación que parecía que se transportara a otro mundo.Aquel día Zartos había tomado la forma de una oruga que se posó en el borde de su cesto de setas, y desde allí pudo ver a la hechicera con los ojos cerrados sumida en lo que parecía un sueño. Fue como si una puerta se hubiera abierto a otra dimensión y hasta allí entró la conciencia de Zartos junto con la de su ama. Había ciudades de cristal con múltiples escalinatas y balcones y también un antiguo castillo de piedra desde cuya prisión se escuchaba un ruido persistente. Allí había un prisionero que tallaba algo sobre la pared de su celda, al acercarse los dos notaron que lo que escribía era un nombre, precisamente el nombre de la gran hechicera Sacer de Raluar.Sacer despertó de súbito junto a un arroyo. Se negaba a creer que todo hubiera sido un sueño. Sacó de su cesto las piedras mágicas con las que leía el pasado y el futuro y notó con asombro que todo había sido una ilusión. No existían ni ciudades de cristal, ni escalinatas o castillos y mucho menos el prisionero. Con gran pena en el corazón regresó a su cabaña donde ya no pudo concentrarse en su magia.Días más tarde apareció Zartos, su antigua criatura monstruosa, quien ahora había adquirido la forma humana de un noble con finos modales.- “He vuelto y también he crecido mucho en mi viaje” – le dijo. “Cumpliendo con el trato he regresado con algo que encontré en los confines insondables del espacio-tiempo donde la magia negra no puede penetrar”. Y señaló a la ventana desde donde Sacer al acercarse pudo ver al prisionero montando en un caballo negro.Zartos, al haber cumplido su promesa adquirió su libertad y se trasladó al planeta Tierra donde habita entre nosotros sin que apenas lo notemos.

PacelliSep 26 2009