viernes, 30 de marzo de 2012

Kol, domador de bestias saltarinas


Kol, domador de bestias saltarinas
Relato original de Pacelli Torres

Domador de bestias saltaninas no es una pofesión común, y los seres que se ocupan de ella tampoco lo son. En todo el mundo existen sólo seis o siete de tales elusivos seres y los secretos de su profesión han sido pasados de generación a generación durante incontables milenios.
Kol es uno de esos seres. Habita a orillas de un arroyo. Su morada está cubierta de juncos y sus estables sólo se materilizan es circunstancias especiales. Allí cuida una gran variedad de criaturas, ranas, sapos y saltamontes son su especialidad aunque también tiene una increible colección de animales desconocidos para el género humano.

Hasta sus establos acuden magos venidos de remotos lugares buscando bestias de carga que los lleven por otros mundos y otros siglos. La demanda es tan alta que el pobre Kol sólo descansa medio día por semana.

Como todos los grandes negocios sus establos están completamente automatizados. Si algún cliente le solicitaba, por ejemplo, una avispa saltarina de siete patas, Kol simplemente se acercaba a una flor violeta con forma de campana y susurraba la demanda. Al cabo de dos o tres segundos vendría la respuesta clara y firme. Pasillo 9, puerta A67. Un enorme portal aparecería entre los juncos y al golpear de una forma muy particular se abriría y daría lugar a un enorme corredor del cual emergían los diferentes pasillos. Entonces Kol, seguido de su cliente caminaría hasta encontrar el señalado y luego se detendría en la pueta correspondiente. Finalmente tomaría una llave multicolor de su cinto y abriría la celda. Justo allí estaría la bestia requerida.

Un día, acudió a él un extraño personaje. Todos los magos son extraños, podría argumentarse. Pero aquel lo era de una forma singular. Era viejo y encorvado, los brazos llenos de tatuajes y llevaba además unas gafas gigantescas que a duras penas le permitían moverse con soltura. Levaba un bastón retorcido cuyo mango era rematado por un gigantesco girasol.

“Quiero un canguro enano” dijo con una voz seca y áspera, “y que tenga anillos de serpiente coral en la cola”, añadió.

Kol se acercó a la flor violeta y susurró la orden. Cinco segundos pasaron antes de que la flor replicara: “Pasillo 15, puerta N68.

El potal se materializó entre los juncos. Kol dio dos pequeños golpecitos en la parte inferior y luego otros dos unos centimetros arriba de los anteriores. La puerta se abrió y los dos se internaron en el intrincado interior del complejo de establos. Todo estaba muy bien iluminado y no tuvieron dificultad en encontrar el pasillo marcado con un enorme número quince amarillo. A lado y lado aparecían otros subpasillos demarcados con las letras del alfabeto, siguiendo el correspondiente a la N encontraron la puerta en cuestión. La bestia saltarina se movía impaciente en su celda.

“Es increíble”, dijo el mago sin intentar esconder su sonrisa de beneplácito. “Aquí tienes”. Y ofreció a Kol cuatro pequeñas esferas violeta que eran la moneda con la cual se comerciaba en ese pequeño universo paralelo. Aquella moneda era fabricada con las emociones que producían los humanos y sin las cuales aquel reino simplemente colapsaría.

Al salir del complejo, el mago se despidió de Kol, subió sobre la bestia recién adquirida y se marchó. El canguro enano con cola de cobra era una montura extraordinaria, llevó al mago por un par de montañas conocidas y luego internandose por un sinnumero de riscos desconocidos llegaron a un enorme castillo que pareciá abandonado. Aquella era la morada del mago. Una vez en su laboratorio se quitó las gafas y tomó su forma usual. Quien lo hubiera visto lo hubiera reconocido de inmediato, se trataba del temible Gacho, del cual habían hablado por tanto tiempo las leyendas contadas al calor de las fogatas por los antiguos gitanos de aquel mundo.

En los lentes de las gafas, puestos frente a una chimenea aparecieron los ancontecimientos del día. Allí se veía claramente el complejo de establos con las difrentes rutas de acceso. Todo había sido registrado por el mago. La primera parte de su plan había funcionado a la perfección.

La segunda parte también salió bastante bien. Gracias a sus artes mágicas un enorme hormiguero había sido transformado en un ejército de criaturas malignas del tamaño apropiado para montar las bestias saltarinas de Kol. Con dicho ejército atacaría la mente de los humanos y robaría sus más profundas emociones y las acapararía para ser dueño y señor de su mundo.

Todo lo que debía hacer ahora era regresar a donde Kol con un nuevo pedido. Esperar a que diera instrucciones a su flor, penetrar en el complejo, capturar al domador, abrir los miles de jaulas y guiar a las bestias hasta su castillo. Era un plan infalible, maquinado en la mente de uno de los magos más asombrosos que jamás hayan existido.

Al día siguiente, Kol fue visitado tan peculiar como el anterior. Tenía unas largas piernas que sostenían su cuerpo regordete. A su cuello colgaba una corbata verde.

“Quiero”, dijo con una voz dulzona,”un gato alado que con cada salto recorra cinco metros”.

Kol, con todo profesionalismo, se acercó a la flor y susurró su pedido.

Siete segundos transcurrieron antes de que se oyera la respuesta.

“Depósito aereo, repito, depósito aereo, plataforma AV puerta Q25”.

“Vaya”, dijo Kol,”depósito aereo, hace mucho no visito ese lugar!”

Pero Kol no fue el único sorprendido.

“Depósito aereo” pensó el mago. “Eso significa que hay un sector del complejo que todavía no conozco. Seguramente allí hay criaturas voladoras que me ayudarán mucho mejor en mi plan”. Y decidió hacer un cambio en sus planes. Visitaría el complejo aéreo y pospondría el ataque para el día siguiente. “Esta vez sin mis anteojos” continuó pensando,”tendré que esforzarme por recordar todos los pormenores del acceso.

Kol lo invitó a subirse a su globo multicolor y los dos ascendieron sobre campos desolados y luego sobre picos escarpados Finalmente se detuvieron sobre un peñazco gris donde había una gran puerta de acero. Kol dío cuatro golpes formando un rombo y la puerta se abrió. Una risa burlona iluminó la cara del mago, pero el domador no lo notó, parecía estar recordando la maraña de túneles que había ante ellos.

A diferencia del otro complejo no había señalización alguna, aunque estaba muy bien iluminado.

“Por aquí” dijo finalmente y condujo al mago por una ruta serpenteante cavada en la roca. A lado y lado había puertas cerradas de donde salían extrños ruidos. Finalmente se detuvieron ante una puerta caoba.

“Aquí es” dijo el domador. Y advirtiendo a su interlocutor sobre lo tímidas que son al principio las criaturas de tal especie e indicandole que la lealtad del animal queda autmomáticamente adjudicada a la primera persona que la toque lo invitó a seguir.

Un golpe seco cerró la puerta y el mago comprendió muy tarde que se trataba de una trampa. Por alguna razón su magia dejó de funcionar y Gacho comprendió con desesperación que era en aquella montaña lejana donde estaban encerradas las criaturas que de alguna u otra forma habían intentado engañar al domador de criaturas saltarinas.

Viena, marzo 30 2012

Simbarín y Sambarán

Texto original de Pacelli Torres


De las rivalidades entre el rey de Simbarín y el de Simbarán se había hablado durante siglos. La historia se enseñaba en las escuelas con el fin de que los alumnos aprendieran lecciones importantes para sus vidas. Sin embargo, debido a que algunos empezaron a sacar sus propias conclusiones, la práctica fue abolida y la historia casi olvidada.


Simbarín era un reino envidiable, gobernado por un monarca justo y bendecido con fértiles campos no tenía igual sobre la Tierra, o por lo menos esto era lo que se le había hecho pensar a la gente. Allende de las colinas había otro reino tan próspero como Simbarín, se llamaba Sambarán.


La existencia de este otro reino sólo era conocida en Simbarín por el rey y un puado de ministros. Lo mismo sucedía en Sambarán respecto a Simbarín. Esta extraña circusntancia había permitido mantener la paz durante años. Sin embargo en el corazón de los monarcas la mutua envidia parecía crecer con el tiempo.


Un día el rey de Sambarán ideó una estrategia para apoderarse del tesoro del reino vecino. Cuervos volando en la noche esparcieron unas semillas extrañas entre los cultivos del otro reino y tras unas semanas plantas espinozas se habían esparcido entre los sembrados. Al principio se creyó que se trataba de maleza desconocida, pero dado que alguien propuso usar sus poderozas espinas como puntas de flecha se les dejó crecer. Pronto comprendieron que había sido la decisión correcta pues las flores de tales plantas tenían una moneda de oro en su interior. Cuando la noticia llegó a oídos del rey de Simbarín, decretó tres días de fiesta. Al cabo de un par de semanas todas las plantas parecían haber madurado y el monarca ordenó recoger la cosecha y guardarla en el cuarto de los tesoros. Así se hizo y con el tesoro redoblado no cabía duda de que Simbarín era el reino más rico de la Tierra.


Una noche de luna llena una curiosa trasformación tuvo lugar en la cámara del tesoro. Cada una de las monedas recogidas se transformó en un curioso insecto. Su cuerpó conservó la forma de la moneda pero dos ojos saltones aparecieron en su filo y seis patas bajo ella. Su tonalidad cambió a plateada y una especie de magnetismo hizo que a cada insecto se le pegara una auténtica moneda del tesoro de Simbarín.


Los insectos, como si de una fila de hormigas se tratara, abandonaron la cámara del tesoro, dejándola completamete vacía y se dirigieron rumbo a Sambarán.


Gran conmosión causo el descubrimiento del robo. Ninguna puerta había sido violentada, los barrotes de las ventanas permancían intactas. Ningún guardia había visto nada sospechoso. Se trataba sin duda de un robo mágico.


“Contra la magia sólo se puede luchar con magia” había declarado el rey y ordenó que se buscara al más poderozo hechicero del reino. Al plantarle el problema éste ideó una solución tan brillante como solamente pudo habérsele ocurrido a un habitante de Simbarín.


Ordenó llevar a todos los cerdos de las pocilgas reales hasta una planicie cercana. Allí, con unos misteriosos pases mágicos hizo que los cerdos se transformaran en una especie de osos hormigueros. Aquellas curiosas criaturas tenían una nariz retractil que podía extenderse varios metros. Como si hubieran sido programados para la labor, acudieron ordenadamente una noche de luna llena al castillo de Sambarán e hicieron que sus trompas penetraran por entre los barrotes de las ventanas hasta la cámara del tesoro y se chuparan hasta la última moneda que había. De esta forma el rey de Simbarín no solamente recuperaría su tesoro sino que arruinaría a Sambarán, tal y como este último pretendía hacer con él. Además era una custión de orgullo.


El plan fue casi perfecto. Una vez terminada su misión, los cerdos mutantes con sus barrigas llenas siguieron lentamente el camino de regreso. Sin embargo un extraño silvido los hizo girar la cabeza. Sobre una gran roca se vio la silueta del joven porquero del reino de Simbarín. Con su silbato hizo que los cerdos lo siguieran hasta el río donde había un barco esperando por ellos. Y así, el cuidador de cerdos huyó con el tesoro de los dos reinos y se cuenta que con el paso de los años fundó su propio reino al que llamó Semberén.


Viena, marzo 30 de 2012

jueves, 29 de marzo de 2012

En un día de carnaval


En un día de carnaval
Texto original de Pacelli Torres

Los ojos cansados de doña Celestina viajaban por las calles del pueblo. Era la tarde de sábado de carnaval, y como todos los años, doña Celestina puntualmente había acercado su mecedora al balcón para contemplar el espectáculo. Así lo había hecho por más de cincuenta años.
Abajo la algarabía de la fiesta estaba en pleno esplendor. Carrozas multicolor que presentaban los más variados temas, desde míticos hasta costumbristas, avanzaban despacio en medio del desfile de comparsas y a lado y lado de las calles se arremolinaban espectadores de todas las edades. Era una típica tarde de carnaval, el sol brillaba inclemente y la alegría de la gente se desbordaba sin límites. Sin embargo había algo que hacía aquella tarde diferente a la de los años anteriores. Una misteriosa figura avanzó desde la colina cercana y se mezcló con el desfile. Era un hombre pequeño, vestido de forma estrambótica que pasó completamente desapercibido entre la multitud. Al igual que todos los demás reía, saltaba y cantaba al son de la banda. Sólo doña Celestina, desde su balcón notó que algo era diferente. Aquella criatura se las arreglaba para de forma disumulada tocar a las personas que tenía cerca, aquellas perdían toda su alegría y se sumían en un melancólico silencio. Una ola de trizteza fue lentamente cambiando el ambiente de las calles y cuando la última persona fue tocada por el extraño personaje se empezaron a oir los primeros sollozos. La algarabía del carnaval se había transformado en una sombra que lentamente penetró a las casas e hizo presa también de quines por una u otra razón no habían acudido al carnaval. Solamente doña Celestinal, que había instintivamente empezado a rezar el rosario se libró de la maldición.
La sombra se encogío, primero lentamente y luego con total celeridad y fue a posarse entre las manos del extraño personaje bajado de la colina. Esté dió un salto, y por increíble que parezca, fue a absorberse en la pupila derecha de don Octavio el carnicero, que sentado frente a la taberna consumía su doceava cerveza de la tarde.

El día de carnaval había pasado. Y como todos los años anteriores, después de las festividades la vida siguió su curso normal. Sin embargo, el pueblo no fue el mismo. La gente parecía no darse cuenta de que había perdido algo. Nadie sonreía, cualquier desacuerdo producía los más absurdos altercados, nadie confiaba en nadie, y la sociedad toda precía haberse descompuesto de una forma irreversible.

En sus noventa y siete años de vida, doña Celestina no había oído ni leído ni contamplado algo semejante a lo de aquella tarde. Y en sus noventa y siete años jamás se imaginó que le correspondería ser la libertadora de su pueblo.

Una mañana, reunió todo su valor y salió de la casa. Caminó lentamente con su rosario en la mano hasta la carnicería de don Octavio. Este estaba ocupado despachando a un cliente. Al ver a doña Celestina pareció pretificarse, sus ojos brillaron con fuego y de su pupila derecha emergó un ser demoniaco que se avalanzó sobre la anciana. Ella, sin embargo, sin perder la cordura ni el valor recitó unas palabras que hasta la fecha no ha podido saberse si eran una oración o no, el hecho es que aquella criatura cayó a sus pies como si se hubiera achicharrado. Al mismo tiempo una niebla helada, con una tonalidad azul pálido salió de la pupila izquierda del carnicero y barrió las cenizas dejadas por la bestia. Aquella niebla se condensó y formo una nube gris que saliendo por puertas y ventanas ascendió hasta el cielo y dejó caer tal aguacero sobre el pueblo como nunca había caído. En sus gotas estaba condensada la alegría robada, y jovenes y viejos se precipitaron a las calles cantando bajo la lluvia como si de un nuevo día de carnaval se tratara.

Doña Celestina regresó a su casa, como si nada hubiera pasado. Los pocos que estuvieron presentes en la carnicería contaron su versión, quienes no, le agregaron algunos adornos y recontaron la suya. Algunos se aventuraron a especular y algunos afirmaron a los cuatro vientos que se trataba solamente de una histeria colectiva.
Nada de esto interesó a la anciana, que por tantos años había visto desde su balcón carnaval tras carnaval. Una mañana sus ojos agobiados por las cataratas se cerraron para siempre. Don Octavio acompañó el feretro hasta el cementerio y al poner una rosa roja sobre él, vio cómo un díafano ser alado ascendía hasta el cielo. Entonces ya no tuvo duda de que un ángel habia estado habitando entre ellos.