jueves, 18 de septiembre de 2014

Una forastera en Umbalad


Texto original de Pacelli Torres


Aquella ciudad había sido construida sobre una telaraña. En los tiempos que precedieron a la gran inundación, habitaban seres realmente gigantescos.Uno de ellos era una araña de proporciones descomunales que tejió su telaraña entre dos altas montañas en lados opuestos de un valle.


Durante siglos nunca le faltó el alimento pues diversas clases de criaturas eran atraídas y caían en su red. Cuentan los antiguos textos que después de mucho tiempo abandonó su red y estuvo vagando de colina en colina hasta que no se supo ya de su paradero.


Los primeros colonizadores que llegaron al lugar encontraron la red abandonada y considerando los múltiples peligros que se presentaban en el río y su ribera, así como en la selva impenetrable de las montañas cercanas, decidieron edificar sobre ella su ciudad.Umbalad fue el nombre que le dieron queriendo significar “suspendida en el aire.”


Aquella era sin duda una ciudad excepcional. Sobre palataformas artificiales se habían elevado imponentes edificaciones. Los hilos de la telaraña habían perdido su poder adhesivo y servían ahora como base para los múltiples puentes que interconectaban las diversas dependencias. En cuanto a los víveres y suministros, habían adaptado sistemas especiales para captar el agua lluvia y un ingenioso despliegue de trampas colgantes les permitía cazar a los descendientes de las criaturas voladoras de antaño. Aquella era su fuente primordial de proteína aunque algunas plantas habían empezado a invadir la telaraña y sus frutos habían probado no sólo ser comestibles sino también bastante apetitosos.


Hasta allí llegó un día Rassej, una de mis compañeras de la academia, al perder su rumbo, en los parajes desolados que unen diferentes mundos en distintas dimensiones.


Siendo una viajera experimentada, asimiló pronto las costumbres del lugar y pronto se vio rodeada de innumerables amistades con quienes compartía anécdotas e intereses. En su diario, escrito con tinta verde se dio a la tarea de registrar todo cuanto le iba sucediendo en aquel nuevo hogar.


Una clara mañana en que se hacían los preparativos para un gran festival, una gran sombra cubrió la ciudad. Las cuerdas de la telaraña comenzaron a vibrar y el pánico generalizado se extendió por las calles. Después se dejó oír un sonido hueco que se repetía rítmicamente.


Con asombro y desesperación, los habitantes de aquella ciudad suspendida sobre el abismo, comprendieron lo sucedido. La araña gigante había regresado.


La creciente frecuencia de la vibración de las cuerdas hizo que una costra comenzara a resquebrajarse y cayera al vacío, dejando al descubierto una lustrosa capa de nuevo pegamento. Aquellos que intentaban huir corriendo por las cuerdas de la telaraña quedaron instantáneamente adheridos a ellas. No había escapatoria posible para los habitantes de Umbalad.


Rassej, mi compañera de la academia, se esforzó por registrar los últimos acontecimientos en su diario y luego lo arrojó al vacío.


Su diario, escrito en tinta verde, viajo luego de pais en pais, pero nadie podía descifrar su contenido. Por aquellos azares del destino, vino a reposar en una tienda de rarezas y antigüedades de un pequeño pueblo, donde sin pensarlo dos veces lo compré.


Una y otra vez leí la descripción de aquella magnífica ciudad suspendida en el aire. Traté de imaginar sus arcos y sus torres, la plaza central, el murmullo de sus calles. Y una y otra vez leí el triste destino de sus habitantes.


Una tarde en que una torrencial lluvia azotaba mi ventana, fui testigo de algo extraordinario. En el diario aparecían letras nuevas, como si una mano invisible las estuviera escribiendo. Se trataba sin duda de la letra de Rassej.


En las palabras, que yo iba leyendo a medida que aparecían, narraba mi antigua compañera lo que le había sucedido tras el regreso de la araña.


Rassej fue envuelta en un capullo y adherida al vientre del gigantesco arácnido, donde perdió el conocimiento. Al despertar, aun unida a la araña, encontró que ésta se estaba moviendo por las cuerdas de una inmensa telaraña que parecía no tener fin. El cielo se tiñó de color violeta, y abajo, en el abismo, se podían distinguir pueblos, granjas, ciudades y ríos serpenteantes. Luego aparecieron riscos escarpados y después un gran desierto de agua rojizas. Finalmente, siguiendo su travesía, la araña cruzó un mar de aguas tranquilas, y cuando las nuevas costas aparecieron, la gran telaraña llegó a su límite. Las poderosas cuerdas estaban ancladas a los precipicios de un gigantesco acantilado.


La araña abandonó la telaraña y siguió su ruta caminando con celeridad sobre la tierra desnuda. Pronto se internó en una espesa selva y se detuvo junto a las raíces de un árbol. Un penetrante olor a humedad había sido aparentemente la señal que le indicara que su travesía había terminado.


Allí, junto a las protuberantes raíces abandonó el capullo y desapareció. El velo de la envoltura se hizo tenue y Rassej pudo rasgarlo y recobrar su libertad.


Durante aquel viaje misterioso, su aspecto había cambiado. Su cuerpo se llenó de vellosidades. Sus ojos adquirieron una claridad nueva. Se hizo especialmente sensible a las vibraciones.


Rassej dudó por un momento. Una vez se hubo decidido comenzó a trepar por el árbol, su nuevo cuerpo de araña respondía a la perfección.