jueves, 18 de septiembre de 2014

Una forastera en Umbalad


Texto original de Pacelli Torres


Aquella ciudad había sido construida sobre una telaraña. En los tiempos que precedieron a la gran inundación, habitaban seres realmente gigantescos.Uno de ellos era una araña de proporciones descomunales que tejió su telaraña entre dos altas montañas en lados opuestos de un valle.


Durante siglos nunca le faltó el alimento pues diversas clases de criaturas eran atraídas y caían en su red. Cuentan los antiguos textos que después de mucho tiempo abandonó su red y estuvo vagando de colina en colina hasta que no se supo ya de su paradero.


Los primeros colonizadores que llegaron al lugar encontraron la red abandonada y considerando los múltiples peligros que se presentaban en el río y su ribera, así como en la selva impenetrable de las montañas cercanas, decidieron edificar sobre ella su ciudad.Umbalad fue el nombre que le dieron queriendo significar “suspendida en el aire.”


Aquella era sin duda una ciudad excepcional. Sobre palataformas artificiales se habían elevado imponentes edificaciones. Los hilos de la telaraña habían perdido su poder adhesivo y servían ahora como base para los múltiples puentes que interconectaban las diversas dependencias. En cuanto a los víveres y suministros, habían adaptado sistemas especiales para captar el agua lluvia y un ingenioso despliegue de trampas colgantes les permitía cazar a los descendientes de las criaturas voladoras de antaño. Aquella era su fuente primordial de proteína aunque algunas plantas habían empezado a invadir la telaraña y sus frutos habían probado no sólo ser comestibles sino también bastante apetitosos.


Hasta allí llegó un día Rassej, una de mis compañeras de la academia, al perder su rumbo, en los parajes desolados que unen diferentes mundos en distintas dimensiones.


Siendo una viajera experimentada, asimiló pronto las costumbres del lugar y pronto se vio rodeada de innumerables amistades con quienes compartía anécdotas e intereses. En su diario, escrito con tinta verde se dio a la tarea de registrar todo cuanto le iba sucediendo en aquel nuevo hogar.


Una clara mañana en que se hacían los preparativos para un gran festival, una gran sombra cubrió la ciudad. Las cuerdas de la telaraña comenzaron a vibrar y el pánico generalizado se extendió por las calles. Después se dejó oír un sonido hueco que se repetía rítmicamente.


Con asombro y desesperación, los habitantes de aquella ciudad suspendida sobre el abismo, comprendieron lo sucedido. La araña gigante había regresado.


La creciente frecuencia de la vibración de las cuerdas hizo que una costra comenzara a resquebrajarse y cayera al vacío, dejando al descubierto una lustrosa capa de nuevo pegamento. Aquellos que intentaban huir corriendo por las cuerdas de la telaraña quedaron instantáneamente adheridos a ellas. No había escapatoria posible para los habitantes de Umbalad.


Rassej, mi compañera de la academia, se esforzó por registrar los últimos acontecimientos en su diario y luego lo arrojó al vacío.


Su diario, escrito en tinta verde, viajo luego de pais en pais, pero nadie podía descifrar su contenido. Por aquellos azares del destino, vino a reposar en una tienda de rarezas y antigüedades de un pequeño pueblo, donde sin pensarlo dos veces lo compré.


Una y otra vez leí la descripción de aquella magnífica ciudad suspendida en el aire. Traté de imaginar sus arcos y sus torres, la plaza central, el murmullo de sus calles. Y una y otra vez leí el triste destino de sus habitantes.


Una tarde en que una torrencial lluvia azotaba mi ventana, fui testigo de algo extraordinario. En el diario aparecían letras nuevas, como si una mano invisible las estuviera escribiendo. Se trataba sin duda de la letra de Rassej.


En las palabras, que yo iba leyendo a medida que aparecían, narraba mi antigua compañera lo que le había sucedido tras el regreso de la araña.


Rassej fue envuelta en un capullo y adherida al vientre del gigantesco arácnido, donde perdió el conocimiento. Al despertar, aun unida a la araña, encontró que ésta se estaba moviendo por las cuerdas de una inmensa telaraña que parecía no tener fin. El cielo se tiñó de color violeta, y abajo, en el abismo, se podían distinguir pueblos, granjas, ciudades y ríos serpenteantes. Luego aparecieron riscos escarpados y después un gran desierto de agua rojizas. Finalmente, siguiendo su travesía, la araña cruzó un mar de aguas tranquilas, y cuando las nuevas costas aparecieron, la gran telaraña llegó a su límite. Las poderosas cuerdas estaban ancladas a los precipicios de un gigantesco acantilado.


La araña abandonó la telaraña y siguió su ruta caminando con celeridad sobre la tierra desnuda. Pronto se internó en una espesa selva y se detuvo junto a las raíces de un árbol. Un penetrante olor a humedad había sido aparentemente la señal que le indicara que su travesía había terminado.


Allí, junto a las protuberantes raíces abandonó el capullo y desapareció. El velo de la envoltura se hizo tenue y Rassej pudo rasgarlo y recobrar su libertad.


Durante aquel viaje misterioso, su aspecto había cambiado. Su cuerpo se llenó de vellosidades. Sus ojos adquirieron una claridad nueva. Se hizo especialmente sensible a las vibraciones.


Rassej dudó por un momento. Una vez se hubo decidido comenzó a trepar por el árbol, su nuevo cuerpo de araña respondía a la perfección.

viernes, 25 de abril de 2014

Simbarín y Sambarán
Texto original de Pacelli Torres

De las rivalidades entre el rey de Simbarín y el de Simbarán se había hablado durante siglos. La historia se enseñaba en las escuelas con el fin de que los alumnos aprendieran lecciones importantes para sus vidas. Sin embargo, debido a que algunos empezaron a sacar sus propias conclusiones, la práctica fue abolida y la historia casi olvidada.

Simbarín era un reino envidiable, gobernado por un monarca justo y bendecido con fértiles campos no tenía igual sobre la Tierra, o por lo menos esto era lo que se le había hecho pensar a la gente. Allende de las colinas había otro reino tan próspero como Simbarín, se llamaba Sambarán.


La existencia de este otro reino sólo era conocida en Simbarín por el rey y un puñado de ministros. Lo mismo sucedía en Sambarán respecto a Simbarín. Esta extraña circunstancia había permitido mantener la paz durante años. Sin embargo en el corazón de los monarcas la mutua envidia parecía crecer con el tiempo.

Un día el rey de Sambarán ideó una estrategia para apoderarse del tesoro del reino vecino. Cuervos volando en la noche esparcieron unas semillas extrañas entre los cultivos del otro reino y tras unas semanas plantas espinozas se habían esparcido entre los sembrados. Al principio se creyó que se trataba de maleza desconocida, pero dado que alguien propuso usar sus poderosas espinas como puntas de flecha se les dejó crecer. Pronto comprendieron que había sido la decisión correcta pues las flores de tales plantas tenían una moneda de oro en su interior. Cuando la noticia llegó a oídos del rey de Simbarín, decretó tres días de fiesta. Al cabo de un par de semanas todas las plantas parecían haber madurado y el monarca ordenó recoger la cosecha y guardarla en el cuarto de los tesoros. Así se hizo y con el tesoro redoblado no cabía duda de que Simbarín era el reino más rico de la Tierra.

Una noche de luna llena una curiosa trasformación tuvo lugar en la cámara del tesoro. Cada una de las monedas recogidas se transformó en un curioso insecto. Su cuerpo conservó la forma de la moneda pero dos ojos saltones aparecieron en su filo y seis patas bajo ella. Su tonalidad cambió a plateada y una especie de magnetismo hizo que a cada insecto se le pegara una auténtica moneda del tesoro de Simbarín.

Los insectos, como si de una fila de hormigas se tratara, abandonaron la cámara del tesoro, dejándola completamente vacía y se dirigieron rumbo a Sambarán.

Gran conmoción causó el descubrimiento del robo. Ninguna puerta había sido violentada, los barrotes de las ventanas permanecían intactos. Ningún guardia había visto nada sospechoso. Se trataba sin duda de un robo mágico.

“Contra la magia sólo se puede luchar con magia” había declarado el rey y ordenó que se buscara al más poderoso hechicero del reino. Al plantearle el problema éste ideó una solución tan brillante como solamente pudo habérsele ocurrido a un habitante de Simbarín.

Ordenó llevar a todos los cerdos de las pocilgas reales hasta una planicie cercana. Allí, con unos misteriosos pases mágicos hizo que los cerdos se transformaran en una especie de osos hormigueros. Aquellas curiosas criaturas tenían una nariz retráctill que podía extenderse varios metros. Como si hubieran sido programados para la labor, acudieron ordenadamente una noche de luna llena al castillo de Sambarán e hicieron que sus trompas penetraran por entre los barrotes de las ventanas hasta la cámara del tesoro y se chuparan hasta la última moneda que había. De esta forma el rey de Simbarín no solamente recuperaría su tesoro sino que arruinaría a Sambarán, tal y como este último pretendía hacer con él. Además era una cuestión de orgullo.

El plan fue casi perfecto. Una vez terminada su misión, los cerdos mutantes con sus barrigas llenas siguieron lentamente el camino de regreso. Sin embargo un extraño silbido los hizo girar la cabeza. Sobre una gran roca se vio la silueta del joven porquero que con su silbato hizo que los cerdos lo siguieran hasta el río donde había un barco esperando por ellos. Y así, el cuidador de cerdos huyó con el tesoro de los dos reinos y se cuenta que con el paso de los años fundó su propio reino al que llamó Semberén.

Viena, marzo 30 de 2012

jueves, 10 de abril de 2014

El mensaje de la lluvia
Relatio original de Pacelli Torres

El espíritu del agua se movía en forma de nube sobre una pequeña ciudad. Diminutas gotas ascendían y descendían, se combinaban y se separaban, o simplemente se dejaban llevar por la brisa con una cadencia encantadora de perfecto equilibrio.

Estaba escrito, en los libros antiguos, que en esta tarde especial la lluvia llevaría a la humanidad un mensaje celestial.

Abajo, en las calles, algunas personas miraban al cielo y lamentaban no haber traído el paraguas o anticipaban lo incómodo que sería pasar el resto del día con la ropa mojada. Pero ellos eran la minoría. La mayor parte de los habitantes caminaban con los ojos fijos en el  piso por miedo a tropezar, o miraban con frecuencia sus relojes buscando cumplir compromisos impuestos por alguien más.

Desde el balcón de su casa, un filósofo observaba intrigado los cambios de color del cielo al ser iluminado por el sol, que, bajo las nubes, empezaba a desaparecer. Un matiz azul pálido primero, luego blanco y por último gris, decenas de diferentes tonalidades de gris.

Había leído el filósofo en un libro antiguo, que aquella lluvia sería diferente. Estaban allí también escritas las instrucciones para construir y utilizar un cuenco mágico de bronce, que adornado con el símbolo de acuario, tenía el poder de recolectar la sabiduría divina que caería con la lluvia.

El filósofo salió a su jardín, y siguiendo las instrucciones del libro, se paró en la intersección de cinco líneas que previamente había trazado según los movimientos planetarios.

Arriba, en el cielo, diminutas gotas de agua comenzaron a unirse en el interior de la nube, y cuando la condensación hubo alcanzado un nivel crítico, se precipitaron hacia la tierra llevando consigo el mensaje celestial.

El filósofo, con el cuenco levantado, sentía las gotas de lluvia caer por su rostro en medio de una indescriptible sensación de perfecta armonía y generosa abundancia.

Cuando revisó el cuenco, sin embargo, notó que estaba vacío. Buscó por todas partes el mensaje, pero no lo pudo encontrar.

Pasaron las semanas, y en el lugar justo donde se interceptaban las cinco líneas trazadas siguiendo el curso de los planetas, floreció un hermoso girasol.

Al estudiar la distribución de sus semillas, el filósofo por fin pudo comprender el mensaje: “ La sabiduría divina no puede contenerse en un cuenco, debe ser absorbida por todo nuestro ser, al igual que las plantas absorben el agua por sus raíces.”

Viena, abril 10, 2014

lunes, 7 de abril de 2014


La visión de Dante
Relato original de Pacelli Torres

Dante, espíritu del fuego, ardía con calma a los pies de la estatua de San Jacinto en una pequeña capilla rural.

Pero su existencia no fue siempre tan serena. Había sido parte del fuego que, iniciado por Nerón, acabó con Roma. También había calentado el crisol de varios alquimistas durante la edad media y había ardido en las antorchas con que los exploradores del siglo 19 iluminaban las cuevas recién descubiertas.

Allí, en el silencio de la capilla, Dante reflexionaba sobre cuestiones morales.

En una ocasión se encontró encendiendo el cigarrillo de don Amadeo, quien cada sábado, después de haber cerrado su negocio, solía sobrepasarse de cervezas como merecido premio, según su juicio, por la faena de toda una semana.

“Don Amadeo tenía un alma simple e inofensiva”, pensaba Dante, el espíritu del fuego, mientras contemplaba las llamas a su alrededor, todas ellas encendidas por gente igualmente humilde y de buen corazón.

Pero el destino espiritual de aquel buen comerciante se había visto entorpecido por una extraña circunstancia.

Cada 43 años tiene lugar un acontecimiento que si bien es de conocimiento común en el reino de los hechiceros, es completamente desconocido para el resto de nosotros. A las brujas que cumplen 113 años en la tercera luna llena del mes mítico de Zalenztro, se les permite realizar un ritual especial para aumentar su poder.

El procedimiento dura una hora y puede ser realizado una vez en la vida, y no por todas las hechiceras. Para ello, usando un imán astral, se atraen las emociones negativas de los humanos y se transforman luego en un elixir.

Pero si el mal no estuviera contenido por el bien, el mundo no existiría. Es por esto que en el plan divino están estipuladas ciertas reglas al respecto. Cuando las malas emociones son atraídas, evocan la imagen de una corriente de agua llevando diferentes tipos de embarcaciones. Aquellos sentimientos fuertemente negativos navegan en poderosos buques y alcanzan inexorablemente su destino. La corriente culmina en una gran cascada que se precipita con violencia en el hirviente caldero de la bruja.

Otras emociones, que no son tan malas, adoptan como medio de transporte pequeñas embarcaciones que con frecuencia naufragan durante su trayecto. Este naufragio, lejos de ser una tragedia,  constituye el plan de salvación, pues su tripulante, la esencia del alma de la persona que generó la emoción, casi siempre puede alcanzar a nado uno de los múltiples islotes que flotan suspendidos en la corriente. Allí están a la espera los ángeles guardianes que llevan de regreso a estas almas y previenen así su sufrimiento.

Algunas recuerdan la lección, otras lo hacen pero la olvidan enseguida, y hay algunas, como la de don Amadeo, a las que les tiene sin cuidado lo que les pueda pasar. Tal vez fue precisamente por tener tal actitud que su alma se vio atormentada por esta extraña circunstancia, que, a los pies de la estatua de San Jacinto,rememoraba el espíritu del fuego mientras emitía su tenue luz.

Con gran claridad recordó Dante la tarde en que, ardiendo en la hoguera de una bruja, vio desfilar, sobre aguas turbulentas, las embarcaciones comandadas por las emociones humanas. La flota iba encabezada por un poderoso barco acorazado y tras su timón estaba la esencia del alma de don Amadeo.

“¿En que enredo se habrá metido el pobre comerciante?”, Pensó Dante. Y diligente como era se dio a la tarea de averiguarlo. En realidad no le resultó difícil, pues sobre la pesada mesa de caoba estaba la bola de cristal de la hechicera y todo lo que tuvo que hacer aquel espíritu del fuego fue formular la pregunta mentalmente.

En la convexa superficie de la esfera apareció una nube gris que se fue difuminando hasta dar paso a una escena en que aparecía don Amadeo jugando a las cartas una noche de sábado. Su contrincante, siendo uno de los buscapleitos del pueblo, no estuvo de acuerdo con el resultado de la partida y lo acusó de fraude. El buen Amadeo, pasado de cervezas, le volteó el vaso sobre el sombrero y abandonó el lugar.

El contrincante vociferó un puñado de malas palabras, pero sujeto como estaba por cuatro de sus compañeros no pudo agredir a don Amadeo, quien regresó a casa a salvo pero todavía ebrio.

El incidente no pasó a mayores y para mediados de la semana, los dos rivales conversaban casualmente en una de las esquinas del pueblo.

“Pero, entonces”, pensó Dante, “¿cómo es posible que el alma de don Amadeo se encuentre en tan inminente peligro?”

La respuesta, de nuevo, la encontró inspeccionando el estudio de la bruja. La historia estaba impresa en las plumas del cuervo. A veces los demonios quieren divertirse y confunden a los navegantes de la corriente embrujada. Tomando la forma de enormes aves de rapiña intercambian los tripulantes, los de una balsa son relocalizados en un buque, por ejemplo, o los de una fragata en una canoa. Con ello buscan contrariar el plan divino.

A veces lo logran, a veces no. Existen también ángeles encargados de revertir los cambios.

Aquella contienda entre ángeles y demonios es muy diferente a como la imaginan los humanos. La guerra entre el bien absoluto y el mal absoluto es una imposibilidad bien conocida en los planos superiores. Angeles y demonios juegan con las almas de los humanos al igual que nosotros jugamos al tenis. Al final, los guardianes del cielo y las huestes del infierno conversan sin ningún resentimiento como don Amadeo y su colega.

Pero esto no excluye la posibilidad de que la esencia del alma del pobre comerciante terminara en el elixir de la bruja. Esto lo supo muy bien uno de los parientes de Dante, quien, teniendo el mismo nombre, visitara el infierno hace más de 700 años.

El espíritu del fuego sentía aprecio por don Amadeo, desde que le encendiera aquel cigarrillo. Y desde la posición privilegiada en la que estaba, calentando el caldero de la bruja, decidió corregir por sí mismo aquella situación.

Respiró profundo y simplemente se extinguió.

La bruja sobresaltada trató de revivir el fuego, aunque en vano. La hoguera no solamente había dejado de arder, sino que el caldero había quedado de repente frio. Con cada segundo que pasaba la corriente embrujada se hacía más lenta, y cuando se hubo detenido, los barcos que sobre ella viajaban, empezaron a difuminarse.

La bruja maldecía y maldecía tratando de encender de nuevo el fuego, pero sin resultado alguno. Sus maldiciones formaron terremotos y ciclones en otras partes del universo, pero el alma de don Amadeo recibió justicia y éste aparentemente se regeneró, pues nunca más volvió a beber.

Dante, espíritu del fuego, sonrió con satisfacción al recordar aquella escena. El poder absoluto del universo también había sonreído y fue por esto que decidió transferir a Dante a aquella pequeña capilla rural, donde de vez en cuando se ocupa de reflexionar sobre cuestiones morales.

Viena, abril 7, 2014

domingo, 6 de abril de 2014

Kol, domador de bestias saltarinas
Relato original de Pacelli Torres

Domador de bestias saltaninas no es una pofesión común, y los seres que se ocupan de ella tampoco lo son. En todo el mundo existen sólo seis o siete de tales elusivos seres y los secretos de su profesión han sido pasados de generación a generación durante incontables milenios.
Kol es uno de esos seres. Habita a orillas de un arroyo. Su morada está cubierta de juncos y sus establos sólo se materializan en circunstancias especiales. Allí cuida una gran variedad de criaturas, ranas, sapos y saltamontes son su especialidad aunque también tiene una increíble colección de animales desconocidos para el género humano.

Hasta sus establos acuden magos venidos de remotos lugares buscando bestias de carga que los lleven por otros mundos y otros siglos. La demanda es tan alta que el pobre Kol sólo descansa medio día por semana.

Como todos los grandes negocios, sus establos están completamente automatizados. Si algún cliente le solicitaba, por ejemplo, una avispa saltarina de siete patas, Kol simplemente se acercaba a una flor violeta con forma de campana y susurraba la demanda. Al cabo de dos o tres segundos vendría la respuesta clara y firme. Pasillo 9, puerta A67. Un enorme portal aparecería entre los juncos y al golpear de una forma muy particular se abriría y daría lugar a un enorme corredor del cual emergían los diferentes pasillos. Entonces Kol, seguido de su cliente caminaría hasta encontrar el pasillo señalado y luego se detendría en la puerta correspondiente. Finalmente tomaría una llave multicolor de su cinto y abriría la celda. Justo allí estaría la bestia requerida.

Un día, acudió a él un extraño personaje. Todos los magos son extraños, podría argumentarse. Pero aquel lo era de una forma singular. Era viejo y encorvado, los brazos llenos de tatuajes y llevaba además unas gafas gigantescas que a duras penas le permitían moverse con soltura.Llevabaa un bastón retorcido cuyo mango era rematado por un gigantesco girasol.

“Quiero un canguro enano” dijo con una voz seca y áspera, “y que tenga anillos de serpiente coral en la cola”, añadió.

Kol se acercó a la flor violeta y susurró la orden. Cinco segundos pasaron antes de que la flor replicara: “Pasillo 15, puerta N68.

El portal se materializó entre los juncos. Kol dio dos pequeños golpecitos en la parte inferior y luego otros dos unos centímetros arriba de los anteriores. La puerta se abrió y los dos se internaron en el intrincado interior del complejo de establos. Todo estaba muy bien iluminado y no tuvieron dificultad en encontrar el pasillo marcado con un enorme número quince amarillo. A lado y lado aparecían otros subpasillos demarcados con las letras del alfabeto, siguiendo el correspondiente a la N encontraron la puerta en cuestión. La bestia saltarina se movía impaciente en su celda.

“Es increíble”, dijo el mago sin intentar esconder su sonrisa de beneplácito. “Aquí tienes”. Y ofreció a Kol cuatro pequeñas esferas violeta que eran la moneda con la cual se comerciaba en ese pequeño universo paralelo. Aquella moneda era fabricada con las emociones que producían los humanos y sin las cuales aquel reino simplemente colapsaría.

Al salir del complejo, el mago se despidió de Kol, subió sobre la bestia recién adquirida y se marchó. El canguro enano con cola de cobra era una montura extraordinaria, llevó al mago por un par de montañas conocidas y luego internándose por un sinnúmero de riscos desconocidos llegaron a un enorme castillo que parecía abandonado. Aquella era la morada del mago. Una vez en su laboratorio se quitó las gafas y tomó su forma usual. Quien lo hubiera visto lo hubiera reconocido de inmediato, se trataba del temible Gacho, del cual habían hablado por tanto tiempo las leyendas contadas al calor de las fogatas por los antiguos gitanos de aquel mundo.

En los lentes de las gafas, puestos frente a una chimenea aparecieron los acontecimientos del día. Allí se veía claramente el complejo de establos con las diferentes rutas de acceso. Todo había sido registrado por el mago. La primera parte de su plan había funcionado a la perfección.

La segunda parte también salió bastante bien. Gracias a sus artes mágicas un enorme hormiguero había sido transformado en un ejército de criaturas malignas del tamaño apropiado para montar las bestias saltarinas de Kol. Con dicho ejército atacaría la mente de los humanos y robaría sus más profundas emociones y las acapararía para ser dueño y señor de su mundo.

Todo lo que debía hacer ahora era regresar a donde Kol con un nuevo pedido. Esperar a que diera instrucciones a su flor, penetrar en el complejo, capturar al domador, abrir los miles de jaulas y guiar a las bestias hasta su castillo. Era un plan infalible, maquinado en la mente de uno de los magos más asombrosos que jamás hayan existido.

Al día siguiente, Kol fue visitado por un ser tan peculiar como el anterior. Tenía unas largas piernas que sostenían su cuerpo regordete. En su cuello colgaba una corbata verde.

“Quiero”, dijo con una voz dulzona,”un gato alado que con cada salto recorra cinco metros”.

Kol, con todo profesionalismo, se acercó a la flor y susurró su pedido.

Siete segundos transcurrieron antes de que se oyera la respuesta.

“Depósito aéreo, repito, depósito aéreo, plataforma AV puerta Q25”.

“Vaya”, dijo Kol,”depósito aéreo, hace mucho no visito ese lugar!”

Pero Kol no fue el único sorprendido.

“Depósito aéreo” pensó el mago. “Eso significa que hay un sector del complejo que todavía no conozco. Seguramente allí hay criaturas voladoras que me ayudarán mucho mejor en mi cometido”. Y decidió hacer un cambio en sus planes. Visitaría el complejo aéreo y pospondría el ataque para el día siguiente. “Esta vez sin mis anteojos” continuó pensando,”tendré que esforzarme por recordar todos los pormenores del acceso.

Kol lo invitó a subirse a su globo multicolor y los dos ascendieron sobre campos desolados y luego sobre picos escarpados Finalmente se detuvieron sobre un peñasco gris donde había una gran puerta de acero. Kol dio cuatro golpes formando un rombo y la puerta se abrió. Una risa burlona iluminó la cara del mago, pero el domador no lo notó, parecía estar recordando la maraña de túneles que había ante ellos.

A diferencia del otro complejo no había señalización alguna, aunque estaba muy bien iluminado.

“Por aquí” dijo finalmente y condujo al mago por una ruta serpenteante cavada en la roca. A lado y lado había puertas cerradas de donde salían extraños ruidos. Finalmente se detuvieron ante una puerta caoba.

“Aquí es” dijo el domador. Y advirtiendo a su interlocutor sobre lo tímidas que son al principio las criaturas de tal especie e indicándole que la lealtad del animal queda automáticamente adjudicada a la primera persona que la toque lo invitó a seguir.

Un golpe seco cerró la puerta y el mago comprendió muy tarde que se trataba de una trampa. Por alguna razón su magia dejó de funcionar y Gacho comprendió con desesperación que era en aquella montaña lejana donde estaban encerradas las criaturas que de alguna u otra forma habían intentado engañar al domador de criaturas saltarinas.

Viena, marzo 30 2012

El depredador y su presa
Relato original de Pacelli Torres

Dedicado a mi antiguo estudiante Carlos Andrés Torres Oviedo. De quien recibí la siguiente cita:

"Si sólo hay un Creador que hizo al tigre y al cordero, al guepardo y a la gacela, ¿a qué está jugando? ¿Es un sádico que disfruta siendo espectador de deportes sangrientos?"

Richard Dawkins
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“El guepardo contempla sigilosamente a la gacela mientras se le acerca por un costado. Ésta lo descubre y emprende la carrera, el depredador la sigue.

Millones y millones de pequeñas interacciones ocurren en esos cortos segundos. Los cascos de la gacela levantan polvo que se distribuye en el aire aparentemente al azar. Sin embargo, la posición en el espacio de cada partícula está determinada por la masa de ésta, la velocidad del viento, la temperatura del ambiente, la fuerza y ángulo del impacto, la gravedad local, etc.etc, nada se deja al azar, todo obedece leyes precisas. Es a este conjunto de leyes y otras similares a las que podríamos equiparar con Dios, la fuerza primigenia.”

Los ojos penetrantes de los científicos más distinguidos del planeta estaban fijos en el joven profesor que exponía sus ideas en un congresos internacional.

“Sin embargo esto aún no es lo fundamental”, contradijo una voz desde la última fila.

Aquella conferencia abordaba el papel de Dios en la ciencia.

“Muy bien”, respondió el joven profesor sin alterarse y continuó:

“Al final todo se reduce a lo siguiente: Billones de fotones procedentes del sol chocan con el cuerpo de la gacela y envían energía a los ojos del guepardo. Es gracias a estos impulsos luminosos que el depredador puede ver a su presa. En este momento lo único que existe son interacciones energéticas entre dichos fotones y los electrones en la retina del felino. Más allá del materialismo debería figurar el energetismo, y es a esa energía fundamental a la que sin duda podemos dar el nombre de Dios.

Al oir tan elocuentes palabras, aplaudí enérgicamente. Aquello merecía una ovación de pie. Al hacerlo me dí cuenta de que era yo el único que aplaudía. Los demás científicos guardaban un silencio resentido. Su resentimiento, sin embargo, más tenía que ver con prejuicios personales que con la ciencia o el tema de la conferencia.

Antes de abandonar la sala me dirigí al estrado para manifestar personalmente mi apoyo al joven profesor. Al estrechar su mano sentí una descarga eléctrica, un sinnúmero de mundos multidimensionales parecían estar viajando por cada uno de mis nervios. Mi conciencia pareció expandirse, mi mente luchó por focalizarse de nuevo y al hacerlo, me encontré ante mi viejo amigo Miguel que aun con mi mano en la suya me miraba con picardía.

“Otro intento fallido”, me dijo. “Pareciera que estos humanos no tuvieran remedio.”

“Así es”, le contesté.”

Miguel abrió sus alas de arcángel y se elevó por los cielos.

Yo, por mi parte, tomé mi tridente y me dirigí a lo más profundo del infierno. Había allí mucho trabajo por hacer.