Relato original de Pacelli Torres
“Debe
tratarse de un error, su majestad”, dijo el caminante de rodillas
ante el rey.
El
rey hizo que se levantara y le dijo: “Imposible, usted tiene el
bastón de mando.”
El
caminante miró el bastón que había encontrado en el camino y en
efecto descubrió que se trataba de algo especial. Extrañas tallas
adornaban su superficie y estaba coronado por una inmensa piedra
preciosa de tonos amarillos. Nada de esto había visto el caminante
al recogerlo, sólo recordaba que en ese momento el bastón estaba
cubierto con barro seco.
El
caminante lamentó su error. Había tomado el bastón esperando
aliviar la molestia en su rodilla izquierda y ahora estaba en medio
de una gran confusión. Todo esto quiso explicárselo
al rey, pero los reyes no aceptan contradicciones.
En
ese momento, dos pajes abrieron una enorme ventana y el rey señaló
hacia la plaza. Una enorme multitud se había reunido en las afueras
del castillo.
“El
pueblo necesita un profeta”, dijo el rey con severidad, “y esa ha
de ser su nueva ocupación.”
El
caminante pensó por un momento. Había muy pocas personas que
supieran leer en el reino, él tuvo la suerte de ser criado en un
monasterio y dominaba de forma aceptable el latín. También había
tomado parte en un par de conversaciones en las que estaba presente
el astrólogo real. Después de todo tal vez fuera cierto y él, sin
saberlo, estaba destinado desde niño a ser fuente de sabiduría.
Había
sucedido que los habitantes del reino al verlo caminar por los campos
con el bastón de mando habían seguido sus pasos hasta llegar al
castillo donde el desprevenido caminante pretendía avisar al rey que
la rueda del molino necesitaba reparación.
Ahora,
la multitud clamaba a las afueras del castillo pidiendo hablar con el
nuevo profeta.
Por
mandato real el caminante, vistiendo una túnica escarlata, descendió
las escalinatas hasta llegar a la plaza y extendió sus manos para
hablar por primera vez. Al hacerlo notó que era la multitud la que
quería hablar primero. Así que se acercó a una muchacha pecosa que
tenía un ganso en las manos.
“Si
vamos a tener un profeta”, dijo la joven, “queremos que sepa
dónde se encuentra la verdad, por eso lo hemos seguido.”
El
profeta fue instruido por el pueblo y supo, de esa
forma, que su destino se había cumplido.
Es Vd. un escritor genial. Le felicito por este cuento y otro que leí antes "El Puente De Iseq".
ResponderEliminarMuchas gracias, de verdad me siento halagado de que alguien de tan lejos lea mis escritos.
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