lunes, 28 de mayo de 2012

La lección de Filososfía
Relato original de Pacelli Torres

Estando en décimo en el Colcustodio recibimos un trabajo en la clase de filosofía que cambiaría nuestras vidas. Debíamos hacer un cuadro comparativo entre las filosofías de Platón y Aristóteles.

Todos hicimos lo que mejor pudimos, pero el trabajo más trascendente de todos fue el de nuestro compañero Flavio. Al abrirlo el profesor se sorprendió pues se trataba de una sola frase.

“Las filosofías de platón y Aristóteles son la misma boba pero con distinta bata”, decía.

El enojo del profesor fue verdaderamente irracional. Insistió ante las directivas que aquel muchacho estaba loco y que lo mejor era expulsarlo del colegio.

La prueba que hizo un sicólogo ratificó el diagnóstico, lamentablemente Flavio había perdido la razón.

En lo personal a mí me quedaban muchas dudas, así que decidí visitarlo en la vereda Buenavista, donde lo tenían recluido en la finca de sus abuelos. Lo encontré junto a la quebrada donde se distraía lanzando piedras y contando los anillos que se formaban.

“Tengo que encontrar a Escalatín”, me dijo con tristeza mirando el agua. “Escalatín es una espada mágica forjada por los dioses al mismo tiempo que Excálibur, la mítica espada del rey Arturo, con ella he matado seis dragones, el séptimo logró escapar y me está buscando para vengar la muerte de sus compañeros. El enano de la mina me robó la espada anoche, y sin ella estoy a merced del dragón, tienes que ayudarme”.

Accedí a su petición, pues siempre había oído que a los locos hay que seguirles la corriente.

Penetramos por una cueva adornada por extraños signos no muy lejos de la llamada  peña del cabro. Descendimos un largo trayecto antes de oír los ecos de un martilleo, siguiendolos nos encontramos con el enano que había dejado la espada en el piso y martillaba una veta de metal precioso. Al vernos se agachó para alcanzarla, pero Flavio dijo unas palabras y la espada voló hasta sus manos. Los dos huímos a toda prisa. El enano lanzando maldiciones nos persiguió durante un trayecto pero debido al tamaño de sus piernas y a que se enredó dos veces con su barba pudimos dejarlo atrás, finalmente salimos de la cueva y nuestro perseguidor refunfuñando amenazas se dio la vuelta, seguramente temía a la luz del día.

Afuera nos encontramos con el dragón que revoloteaba como si estuviera buscando algo. Al descubrirnos se lanzó contra nosotros y Flavio, rápido como el rayo le cortó el cuello.

Ahora yo ya no tuve dudas, la espada existía y Flavio no estaba loco. “Mirando a su víctima me dijo: “Si combinamos las enseñanzas de Platón y Aristóteles obtendremos la clave de la existencia”.

Ascendimos la cumbre arrastrando el cuerpo del dragón, y lo dejamos sobre la peña del cabro junto los otros.

“Aquí están mis siete dragones”, dijo mi amigo, “con tu ayuda los he vencido”, y en efecto, bajo la luz parpadeante del sol poniente pude distinguirlos claramente.

El último había sido la ignorancia, y allí estaban también la pereza, la apatía, la desesperanza, la mediocridad, el egoísmo y la avaricia.

“Tú tienes tus propios males, y la gente del pueblo también”, me dijo Flavio mientras subía a su carruaje de plata, “no te dejes vencer por ellos, debes mezclar la ciencia de Aristóteles con la espiritualidad de Platón y hacerlas accesibles para todos”, y poniendo en mis manos la espada ascendió tirado por seis caballos blancos alados.

Escalatín, en mis manos, se convirtió en millares de letras que cayeron como tipos de imprenta sobre el piso. Desde entonces he estado tratando de formar palabras para continuar la lucha de mi amigo y sus maestros.


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