lunes, 28 de mayo de 2012


El visitante del infierno
Relato original de Pacelli Torres


La cadena alrededor de mi cuello apretaba de una forma incómoda la vena yugular. Solamente manteiniendo la cabeza un poco inclinada hacia el lado izquierdo podía librarme de tan incómoda sensación. Pero eso no era todo. El tener que caminar en cuatro patas requería concentración y el movimiento rítimico de mis orejas con cada paso era una fuente de permanente distracción.


Me había transformado en un canino inmundo y huesudo que atado a una cadena seguía a un espectro.


Un viento helado soplaba desde del norte y nosotros descendíamos por un camino tallado en la roca de un imponente peñasco.


En los recodos de mi conciencia recordaba vagamente haber sido humano alguna vez. Mi mente de animal me gritaba, sin embargo, que eso no era cierto y me recordaba el reflejo sobre una laguna oscura donde algunos días atrás había contemplado por primera vez una imagen de mi miserable ser.


Para aumentar mis tormentos, mis sentidos se habían agudizado tanto que ningún movimiento a mi alrededor pasaba desapercibido. Había desarrollado también un sexto sentido del cual supongo que mi amo no tenía idea, con él podía captar los estados anímicos de los habitantes de otras dimensiones.


Mi amo era una figura alta y robusta que llevaba una pesada capa púrpura. Caminaba lentamente llevando en su mano el extremo de la cadena a la cual estaba yo atado. El ruido de su respiración me tenía al borde del desespero. De vez en cuando se detenía y daba la vuelta para revisar si todo estaba en orden, tal vez temía que alguien nos estuviera siguiendo. A veces posaba su mirada en mí, mis ojos no la resistían y yo bajaba la cabeza hasta casi tocar el piso con mi hocico. Entonces él esbozaba una sonrisa vacía y los dos continuabamos nuestra marcha.


Luego de un camino que me pareció eterno llegamos a una abertura en la roca. Mi amo la inspeccionó con cuidado y haló de mi cadena para que lo siguiera. Adentro la oscuridad era total, o más bien debería haber sido total, pues gracias a mis nuevos sentido pude ver a la perfección aunque lo que ví hubiera querido no haberlo visto nunca.


En el centro de la cueva, sentado tras una mesa de piedra, había un segundo espectro. Aquel era mucho más espeluznante que mi amo. Un pico de buitre sobresalía de su cara deforme y sus manos tenían la forma de garras. Con una voz de ultratumba emitió unos sonidos que supongo que eran un saludo, pues mi amo respondió de igual manera y me señaló un rincón para que lo esperara.


Yo obedecí al instante, tratando de disimular la gran confusión que me producía un enjambre de sentimientos captados por mi sexto sentido.


Desde mi lugar de reposo pude ver cómo mi amo negociaba con su anfitrión. Discutieron por algún tiempo y luego pusieron algo que reconocí como dinero sobre la mesa. Mi amo levantó un billete y mis ojos de bestia canina se posaron sobre sobre su superficie. Los colores eran difusos, pero lentamente fueron tomando forma. Allí estaba doña Ernestina discutiendo con la difunta Delfina sobre una gallina que se le había perdido. Este era un incidente muy conocido en el pueblo donde yo vivía de niño y que ahora se contaba como anécdota en las cocinas. Gracias a aquella visión recobré mi conciencia de humano aunque aún conservaba mi cuerpo de perro.


Doña Ernestina iba todos los domingos a misa para rogar perdón por las injurias con que había atormentado a doña Delfina el día anterior a su muerte. Este altercado había sucedido hacía mucho tiempo, pero permanecía fijo en la mente de Ernestina, todos en el pueblo lo sabíamos.


Mi mente pareció ensancharse y recordé las palabras que había leído en alguna parte: “El egoismo, la avaricia, la discordia y todas las demás emociones negativas de los humanos son la moneda con que se negocia en el infierno.”


Con mi cuerpo de perro, alojando mi alma de humano, dí un gran salto sobre la mesa de piedra y tomé aquel billete en mis fauces. Los dos espectros llenos de asombro y de ira lanzaron un grito horrible y extendieron las manos para atraparme. Mi cuerpo se deshizo como el humo en el aire, una luz dorada me envolvió y fuí a aparecer a la salida de la iglesia en mi pueblo natal.


Doña Ernestina caminaba delante de mi, supuse que un billete que había en el piso se le había caído a ella, lo recogí por instinto y se lo devolví.


Muchas gracias mi niño” me dijo y sus ojos claros sonrieron. Entonces supe que su pecado había sido perdonado.

1 comentario:

  1. En algún lado leí, que nuestras múltiples vidas, sin son mal vividas, inevitablemente involucionan a la que poseen los animales, puesto que en ellos no existen sentimientos impuros.

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