jueves, 30 de enero de 2025


La Esmeralda de Molagavita

Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama

Extracto del libro: ECOS DE LO IMPOSIBLE - Disponible en Amazon.

Mientras Mutis entraba tambaleándose en la plaza del pueblo, aferraba un objeto peculiar, los pocos habitantes que aún estaban despiertos se detuvieron a mirarlo. Un trozo de vidrio verde brillaba débilmente a la luz de la luna mientras lo sostenía en alto.

—¡La encontré! —balbuceó. Sus ojos, inyectados de sangre pero llenos de convicción, recorrieron la plaza—. ¡Encontré la esmeralda!

La palabra resonó en cada corazón. La esmeralda perdida era la mayor leyenda de Molagavita, una joya que se decía extraviada en el bosque siglos atrás por una noble dama que huía de sus enemigos. Se decía que su verde brillante tenía poderes: riqueza para quien la poseyera, y ruina para cualquiera que intentara robarla.

El ver a Mutis allí, sucio y medio loco pero sosteniendo algo que se parecía a la legendaria joya, despertó la fascinación de todos.

Por la mañana, las calles estaban llenas de rumores. La noticia del hallazgo de Mutis se propagó como pólvora, y pronto incluso los más escépticos se congregaron en la taberna. Mutis, con los ojos enrojecidos pero sobrio por la emoción, estaba sentado en una silla destartalada. El vidrio verde brillaba sobre la mesa frente a él, rodeado de jarras de cerveza que los habitantes del pueblo le habían comprado con la esperanza de escuchar su historia.

—¿Cómo la encontraste? —preguntó Henry, el herrero, un hombre corpulento con los brazos manchados de hollín.

Mutis tomó un largo trago de cerveza, dejando que el momento se prolongara. No era tonto. Este era su momento de brillar.

—En el Bosque de Robles —dijo en voz baja, conspiradora—. Justo donde se dice que Lady Esmeralda la había perdido. Me llamó, como si quisiera ser encontrada.

La multitud murmuró. El Bosque de Robles era un lugar envuelto en temor, conocido por sus senderos serpenteantes y los inquietantes silencios que parecían acechar entre los árboles. Pocos se atrevían a adentrarse en sus profundidades, y de los que lo hacían, apenas unos cuantos regresaban con la cordura intacta.

—¿Estás diciendo que entraste al bosque? —se burló Leonor, la esposa del panadero—. ¿Y saliste con vida?

—Con vida y con esmeralda —dijo Mutis—. Su poder protege a quienes elige.

Esto era una mentira, por supuesto. Había encontrado el trozo verde junto al río mientras se aliviaba tras una tarde de borrachera. Pero la forma en que la gente lo miraba ahora—con asombro, miedo y un toque de envidia—lo hizo aferrarse a la mentira con todas sus fuerzas.

En los días que siguieron, la vida en Molagavita parecía girar en torno a Mutis y su "esmeralda". La gente le traía regalos, con la esperanza de echar un vistazo a la joya o recibir una bendición de su supuesta magia. Mutis, deleitado con su nueva posición, interpretaba su papel a la perfección.

Pero no todos estaban convencidos.

—A mí me parece un pedazo de botella rota —murmuró el viejo Benedicto, el maestro jubilado, mientras observaba el alboroto. 

Sus sospechas no eran infundadas. De cerca, la supuesta esmeralda no tenía el peso ni el brillo de una verdadera gema. Pero nadie quería creer eso. En un pueblo tan sencillo como Molagavita, la esperanza—aunque fuera falsa—era algo poderoso.

Entonces empezaron las contrariedades.

El joven Benjamín Cuadros, de catorce años, desapareció tres días después del descubrimiento de Mutis. Corría el rumor de que había sido visto por última vez cerca del borde del Bosque de Robles, murmurando sobre encontrar sus propios tesoros. Sus padres, frenéticos de preocupación, rogaron a los habitantes que buscaran en el bosque, pero el miedo al lugar mantuvo a la mayoría alejados.

Excepto a Mutis.

Embriagado con la adoración del pueblo, se ofreció a liderar la búsqueda.

—La esmeralda me guiará —proclamó, sosteniendo el trozo en alto.

Un pequeño grupo lo siguió. Buscaron durante horas, llamando su nombre, pero el bosque engullía sus voces como una tumba. Al ponerse el sol, Mutis empezó a entrar en pánico. Los demás notaron cómo seguía mirando al trozo, como si realmente pudiera ofrecerle orientación.

Finalmente, uno de ellos, el herrero, lo agarró del brazo.

—Esto no está funcionando. ¿No sabes dónde está, verdad?

Mutis se lo sacudió.

—¡Lo encontraré! La esmeralda...

—¡Basta! —gritó Henry—. ¡Es un maldito pedazo de vidrio, Mutis! ¡Nos estás haciendo dar vueltas en círculos!

El grupo discutió.

Finalmente, regresaron al pueblo con las manos vacías. Allí encontraron al joven, quien según dijo, se había extraviado buscando una oveja perdida y al caer en una zanja se había dislocado un tobillo. Dos campesinos lo rescataron horas más tarde en la dirección opuesta al bosque. La reputación de Mutis sufrió su primer golpe esa noche, pero estaba lejos de ser el último.

Durante la semana siguiente, el ambiente en Molagavita se puso tenso. Más personas empezaron a cuestionar la historia de Mutis, y el trozo verde, que una vez fue símbolo de esperanza, se convirtió en una fuente de sospecha.

Luego vinieron los accidentes.

Don Benedicto se cayó y se rompió un brazo mientras salía de la iglesia. La panadería de Leonor se incendió bajo circunstancias misteriosas. La herrería de Henry se derrumbó, y por poco lo aplasta. Cada vez, alguien susurraba que era obra de la esmeralda.

Mutis, desesperado por mantener el control del relato, alimentó el miedo.

—Nos está poniendo a prueba —decía a quien lo escuchara—. La esmeralda no quiere incrédulos entre nosotros.

Pero en privado, estaba aterrorizado. Había comenzado a oír cosas—susurros en plena noche, débiles pero insistentes. El trozo, que mantenía cerca en todo momento, parecía vibrar con una energía extraña. Al principio, lo desechó como su imaginación, pero la sensación crecía día a día.

Mientras tanto, las desgracias en Molagavita se volvieron peores: las cosechas se marchitaron de la noche a la mañana, el ganado desapareció, y la gente comenzó a enfermarse con extrañas fiebres. Los habitantes, ahora abiertamente hostiles, culparon a Mutis.

Una noche, el trozo de vidrio habló.

Mutis se despertó en la madrugada, el vidrio brillaba débilmente sobre la mesita de noche. La habitación estaba mortalmente silenciosa, pero una voz, baja y gutural, parecía emanar de él.

—Mentiste —siseó la voz.

Mutis se echó hacia atrás, con el corazón desbocado.

—¿Q-quién está ahí?

—Reclamaste un poder que no entiendes —dijo la voz. 

Mutis quiso arrojar la supuesta esmeralda por la ventana, pero sus manos no le obedecieron. En cambio, se encontró aferrándola con fuerza, su mente inundada de visiones. Vio a Lady Esmeralda, corriendo por el Bosque de Robles, sosteniendo la verdadera joya. Vio cómo la perseguían figuras sombrías, su huida desesperada terminó cuando tropezó y cayó. Vio la joya rodar hasta las raíces de un roble donde permaneció cubierta por musgo y hojas secas.

—Has revuelto los hilos del destino —dijo la voz—. Por eso sufre tu pueblo.

Las palabras resonaron en su mente como un eco ineludible, cargadas de una verdad que no podía ignorar, y no volvió a conciliar el sueño. Al amanecer, los gritos y el estruendo de una multitud lo arrancaron de sus pensamientos." 

Cuando Mutis salió de su casucha, encontró a los habitantes enfurecidos.

—¡Tú trajiste las desgracias! —le gritó Leonor—. ¡Deshazte de tu esmeralda!

—¡No puedo! —respondió Mutis, levantando las manos en señal de rendición—. ¡No me deja!

La multitud se volvió violenta, arrastrándolo hasta el borde del bosque.

—Como no lo puedes arreglar —gruñó el herrero, con los ojos llenos de odio—, te dejaremos con los robles. La comunidad ha decidido desterrarte. Nadie quiere verte por aquí jamás.

Lo arrojaron al Bosque de Robles y lo dejaron allí, solo con el trozo de vidrio en sus manos.

Mutis, sin saber por qué o para dónde, comenzó a caminar. El Bosque de Robles parecía vivo, sus ramas torcidas se extendían hacia él como brazos fantasmales.

Cuando oscureció, Mutis se recostó junto a un árbol. Cerró los ojos y quiso olvidarlo todo, pero estaba lejos de encontrar consuelo. El continuo sonido de los grillos y las ranas, cada crujido de las ramas y cada susurro del viento le recordaban que no estaba solo.

De pronto, sintió un leve cosquilleo en el rostro, como si un insecto hubiera decidido explorarlo. Murmurando una maldición, levantó la mano y lo espantó de un manotazo. El pequeño intruso cayó al suelo, pero cuando Mutis abrió los ojos para comprobar de qué se trataba, su aliento quedó atrapado en su garganta.

Allí, frente a él, brillaba algo más que un simple insecto. Era un destello profundo y vibrante, un verde que parecía absorber la misma luz de las estrellas. Mutis parpadeó, incrédulo, y alargó la mano para recoger lo que ahora entendía que no era una alucinación.

Sus dedos temblaban cuando envolvieron el objeto. No cabía duda: lo que sostenía entre las manos era la esmeralda perdida, la verdadera esmeralda de las leyendas.

Entonces, el suelo comenzó a temblar.

Una luz verde estalló de la nada, bañando el bosque con un resplandor antinatural. Allí, entre los árboles, apareció una figura: una mujer de larga cabellera que parecía estar hecha de luz.

—¿Lady Esmeralda? —susurró Mutis, con la garganta seca y el corazón golpeando con fuerza en su pecho. Apenas pudo pronunciar su nombre.

La figura inclinó la cabeza, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Así me conocen las leyendas, mi verdadero nombre es Arami, que en lenguaje antiguo significa Cielos Claros.

Antes de que Mutis pudiera moverse, la figura comenzó a acercarse lentamente.

Mutis se puso en pie, pero sus piernas cedieron y cayó de rodillas. Un grito escapó de su garganta. 

La luz verde se intensificó mientras Arami avanzaba.

—Mutis —pronunció la mujer, con una voz suave y melancólica que llenó el aire como un eco de antiguas penas—, no soy tu enemiga.

—¿No? —balbuceó Mutis, todavía temblando.

—No. Mi espíritu ha estado atrapado aquí durante siglos, maldito por la traición de quienes me arrebataron lo que más amaba.

Mutis tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—La esmeralda en realidad es un fragmento de mi corazón —respondió Arami—. Mi amado, Yari, que en el lenguaje antiguo significa Dueño del Bosque, murió protegiéndome. Su espíritu también está encerrado, atrapado entre este mundo y el más allá. Necesito tu ayuda para liberarlo.

Mutis la miró fijamente, incrédulo.

—¿Mi ayuda? —preguntó, señalándose a sí mismo—. Soy solo un borracho, no un héroe.

Arami sonrió con dulzura.

—No necesitas ser un héroe, Mutis. Solo un hombre con el coraje de hacer lo correcto.

Arami le explicó lo que debía hacer: 

—No muy lejos de aquí encontrarás una cascada. Una de las piedras está tallada con patrones sagrados ahora apenas visibles. Allí debes dejar la joya. Eso es todo.

La imagen de Arami desapareció.

Con el corazón latiendo con fuerza, Mutis avanzó a través del bosque guiado solo por las palabras de Arami y un instinto inexplicable que parecía empujarlo en la dirección correcta. 

A cada paso, el aire se volvía más fresco y húmedo, impregnado del aroma de musgo y tierra mojada. El ulular de un búho lo acompañaba en la travesía e intensificaba la sensación de estar en un mundo ajeno al humano.

De pronto, el bosque se abrió en un claro. Ante los ojos de Mutis, la cascada emergió como un velo plateado bajo la luz lunar, cayendo desde una imponente pared de roca cubierta de musgo.

Mutis, siguiendo las instrucciones, colocó la esmeralda en la piedra señalada.


Frente a él apareció una segunda figura, un guerrero con plumas multicolores entre su cabello, y en su rostro pinturas que trazaban patrones intrincados.

Arami reapareció a su lado.

Mientras los espíritus de Arami y Yari se desvanecían en la luz, Mutis sintió que algo cambiaba dentro de él. La voz de Arami resonó en su mente una última vez.

—Has hecho lo que ningún otro pudo, Mutis. Has liberado nuestros espíritus y devuelto la paz al Bosque de Robles. Como recompensa, te otorgo un nuevo propósito.

Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, su cuerpo fue envuelto en un remolino de luces verdes y doradas. El suelo bajo sus pies desapareció, y la sensación de peso lo abandonó. 

Cuando volvió a abrir los ojos, ya no estaba en el Bosque de Robles.

Mutis se encontraba en una sala llena de libros, pergaminos y herramientas extrañas que nunca había visto antes. Su reflejo en un espejo cercano mostraba un rostro diferente: más joven, con ojos claros y brillantes de inteligencia. Llevaba ropas finas y una pluma en la mano.

Un hombre entró en la habitación, saludándolo con una inclinación de cabeza.

—Maestro José Celestino —dijo—, el carruaje está listo para emprender su expedición botánica.

Mutis parpadeó, intentando comprender. En este nuevo tiempo, en este nuevo cuerpo, ya no era Mutis el borracho. Era José Celestino Mutis, un erudito y botánico reconocido, al parecer a punto de embarcarse en una ambiciosa aventura.

Con el peso de su nueva vida y propósito, sintió una claridad que nunca antes había tenido. El recuerdo de Arami y Yari permanecía en su mente, no como un sueño, sino como un recordatorio de lo que había logrado y de las segundas oportunidades que la vida podía ofrecer.

—Estoy listo —dijo con firmeza.


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