viernes, 25 de abril de 2014

Simbarín y Sambarán
Texto original de Pacelli Torres

De las rivalidades entre el rey de Simbarín y el de Simbarán se había hablado durante siglos. La historia se enseñaba en las escuelas con el fin de que los alumnos aprendieran lecciones importantes para sus vidas. Sin embargo, debido a que algunos empezaron a sacar sus propias conclusiones, la práctica fue abolida y la historia casi olvidada.

Simbarín era un reino envidiable, gobernado por un monarca justo y bendecido con fértiles campos no tenía igual sobre la Tierra, o por lo menos esto era lo que se le había hecho pensar a la gente. Allende de las colinas había otro reino tan próspero como Simbarín, se llamaba Sambarán.


La existencia de este otro reino sólo era conocida en Simbarín por el rey y un puñado de ministros. Lo mismo sucedía en Sambarán respecto a Simbarín. Esta extraña circunstancia había permitido mantener la paz durante años. Sin embargo en el corazón de los monarcas la mutua envidia parecía crecer con el tiempo.

Un día el rey de Sambarán ideó una estrategia para apoderarse del tesoro del reino vecino. Cuervos volando en la noche esparcieron unas semillas extrañas entre los cultivos del otro reino y tras unas semanas plantas espinozas se habían esparcido entre los sembrados. Al principio se creyó que se trataba de maleza desconocida, pero dado que alguien propuso usar sus poderosas espinas como puntas de flecha se les dejó crecer. Pronto comprendieron que había sido la decisión correcta pues las flores de tales plantas tenían una moneda de oro en su interior. Cuando la noticia llegó a oídos del rey de Simbarín, decretó tres días de fiesta. Al cabo de un par de semanas todas las plantas parecían haber madurado y el monarca ordenó recoger la cosecha y guardarla en el cuarto de los tesoros. Así se hizo y con el tesoro redoblado no cabía duda de que Simbarín era el reino más rico de la Tierra.

Una noche de luna llena una curiosa trasformación tuvo lugar en la cámara del tesoro. Cada una de las monedas recogidas se transformó en un curioso insecto. Su cuerpo conservó la forma de la moneda pero dos ojos saltones aparecieron en su filo y seis patas bajo ella. Su tonalidad cambió a plateada y una especie de magnetismo hizo que a cada insecto se le pegara una auténtica moneda del tesoro de Simbarín.

Los insectos, como si de una fila de hormigas se tratara, abandonaron la cámara del tesoro, dejándola completamente vacía y se dirigieron rumbo a Sambarán.

Gran conmoción causó el descubrimiento del robo. Ninguna puerta había sido violentada, los barrotes de las ventanas permanecían intactos. Ningún guardia había visto nada sospechoso. Se trataba sin duda de un robo mágico.

“Contra la magia sólo se puede luchar con magia” había declarado el rey y ordenó que se buscara al más poderoso hechicero del reino. Al plantearle el problema éste ideó una solución tan brillante como solamente pudo habérsele ocurrido a un habitante de Simbarín.

Ordenó llevar a todos los cerdos de las pocilgas reales hasta una planicie cercana. Allí, con unos misteriosos pases mágicos hizo que los cerdos se transformaran en una especie de osos hormigueros. Aquellas curiosas criaturas tenían una nariz retráctill que podía extenderse varios metros. Como si hubieran sido programados para la labor, acudieron ordenadamente una noche de luna llena al castillo de Sambarán e hicieron que sus trompas penetraran por entre los barrotes de las ventanas hasta la cámara del tesoro y se chuparan hasta la última moneda que había. De esta forma el rey de Simbarín no solamente recuperaría su tesoro sino que arruinaría a Sambarán, tal y como este último pretendía hacer con él. Además era una cuestión de orgullo.

El plan fue casi perfecto. Una vez terminada su misión, los cerdos mutantes con sus barrigas llenas siguieron lentamente el camino de regreso. Sin embargo un extraño silbido los hizo girar la cabeza. Sobre una gran roca se vio la silueta del joven porquero que con su silbato hizo que los cerdos lo siguieran hasta el río donde había un barco esperando por ellos. Y así, el cuidador de cerdos huyó con el tesoro de los dos reinos y se cuenta que con el paso de los años fundó su propio reino al que llamó Semberén.

Viena, marzo 30 de 2012

1 comentario:

  1. Excelente relato, por un momento me recordó la para parábola del trigo y la cizaña. Gracias

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