domingo, 6 de abril de 2014

Kol, domador de bestias saltarinas
Relato original de Pacelli Torres

Domador de bestias saltaninas no es una pofesión común, y los seres que se ocupan de ella tampoco lo son. En todo el mundo existen sólo seis o siete de tales elusivos seres y los secretos de su profesión han sido pasados de generación a generación durante incontables milenios.
Kol es uno de esos seres. Habita a orillas de un arroyo. Su morada está cubierta de juncos y sus establos sólo se materializan en circunstancias especiales. Allí cuida una gran variedad de criaturas, ranas, sapos y saltamontes son su especialidad aunque también tiene una increíble colección de animales desconocidos para el género humano.

Hasta sus establos acuden magos venidos de remotos lugares buscando bestias de carga que los lleven por otros mundos y otros siglos. La demanda es tan alta que el pobre Kol sólo descansa medio día por semana.

Como todos los grandes negocios, sus establos están completamente automatizados. Si algún cliente le solicitaba, por ejemplo, una avispa saltarina de siete patas, Kol simplemente se acercaba a una flor violeta con forma de campana y susurraba la demanda. Al cabo de dos o tres segundos vendría la respuesta clara y firme. Pasillo 9, puerta A67. Un enorme portal aparecería entre los juncos y al golpear de una forma muy particular se abriría y daría lugar a un enorme corredor del cual emergían los diferentes pasillos. Entonces Kol, seguido de su cliente caminaría hasta encontrar el pasillo señalado y luego se detendría en la puerta correspondiente. Finalmente tomaría una llave multicolor de su cinto y abriría la celda. Justo allí estaría la bestia requerida.

Un día, acudió a él un extraño personaje. Todos los magos son extraños, podría argumentarse. Pero aquel lo era de una forma singular. Era viejo y encorvado, los brazos llenos de tatuajes y llevaba además unas gafas gigantescas que a duras penas le permitían moverse con soltura.Llevabaa un bastón retorcido cuyo mango era rematado por un gigantesco girasol.

“Quiero un canguro enano” dijo con una voz seca y áspera, “y que tenga anillos de serpiente coral en la cola”, añadió.

Kol se acercó a la flor violeta y susurró la orden. Cinco segundos pasaron antes de que la flor replicara: “Pasillo 15, puerta N68.

El portal se materializó entre los juncos. Kol dio dos pequeños golpecitos en la parte inferior y luego otros dos unos centímetros arriba de los anteriores. La puerta se abrió y los dos se internaron en el intrincado interior del complejo de establos. Todo estaba muy bien iluminado y no tuvieron dificultad en encontrar el pasillo marcado con un enorme número quince amarillo. A lado y lado aparecían otros subpasillos demarcados con las letras del alfabeto, siguiendo el correspondiente a la N encontraron la puerta en cuestión. La bestia saltarina se movía impaciente en su celda.

“Es increíble”, dijo el mago sin intentar esconder su sonrisa de beneplácito. “Aquí tienes”. Y ofreció a Kol cuatro pequeñas esferas violeta que eran la moneda con la cual se comerciaba en ese pequeño universo paralelo. Aquella moneda era fabricada con las emociones que producían los humanos y sin las cuales aquel reino simplemente colapsaría.

Al salir del complejo, el mago se despidió de Kol, subió sobre la bestia recién adquirida y se marchó. El canguro enano con cola de cobra era una montura extraordinaria, llevó al mago por un par de montañas conocidas y luego internándose por un sinnúmero de riscos desconocidos llegaron a un enorme castillo que parecía abandonado. Aquella era la morada del mago. Una vez en su laboratorio se quitó las gafas y tomó su forma usual. Quien lo hubiera visto lo hubiera reconocido de inmediato, se trataba del temible Gacho, del cual habían hablado por tanto tiempo las leyendas contadas al calor de las fogatas por los antiguos gitanos de aquel mundo.

En los lentes de las gafas, puestos frente a una chimenea aparecieron los acontecimientos del día. Allí se veía claramente el complejo de establos con las diferentes rutas de acceso. Todo había sido registrado por el mago. La primera parte de su plan había funcionado a la perfección.

La segunda parte también salió bastante bien. Gracias a sus artes mágicas un enorme hormiguero había sido transformado en un ejército de criaturas malignas del tamaño apropiado para montar las bestias saltarinas de Kol. Con dicho ejército atacaría la mente de los humanos y robaría sus más profundas emociones y las acapararía para ser dueño y señor de su mundo.

Todo lo que debía hacer ahora era regresar a donde Kol con un nuevo pedido. Esperar a que diera instrucciones a su flor, penetrar en el complejo, capturar al domador, abrir los miles de jaulas y guiar a las bestias hasta su castillo. Era un plan infalible, maquinado en la mente de uno de los magos más asombrosos que jamás hayan existido.

Al día siguiente, Kol fue visitado por un ser tan peculiar como el anterior. Tenía unas largas piernas que sostenían su cuerpo regordete. En su cuello colgaba una corbata verde.

“Quiero”, dijo con una voz dulzona,”un gato alado que con cada salto recorra cinco metros”.

Kol, con todo profesionalismo, se acercó a la flor y susurró su pedido.

Siete segundos transcurrieron antes de que se oyera la respuesta.

“Depósito aéreo, repito, depósito aéreo, plataforma AV puerta Q25”.

“Vaya”, dijo Kol,”depósito aéreo, hace mucho no visito ese lugar!”

Pero Kol no fue el único sorprendido.

“Depósito aéreo” pensó el mago. “Eso significa que hay un sector del complejo que todavía no conozco. Seguramente allí hay criaturas voladoras que me ayudarán mucho mejor en mi cometido”. Y decidió hacer un cambio en sus planes. Visitaría el complejo aéreo y pospondría el ataque para el día siguiente. “Esta vez sin mis anteojos” continuó pensando,”tendré que esforzarme por recordar todos los pormenores del acceso.

Kol lo invitó a subirse a su globo multicolor y los dos ascendieron sobre campos desolados y luego sobre picos escarpados Finalmente se detuvieron sobre un peñasco gris donde había una gran puerta de acero. Kol dio cuatro golpes formando un rombo y la puerta se abrió. Una risa burlona iluminó la cara del mago, pero el domador no lo notó, parecía estar recordando la maraña de túneles que había ante ellos.

A diferencia del otro complejo no había señalización alguna, aunque estaba muy bien iluminado.

“Por aquí” dijo finalmente y condujo al mago por una ruta serpenteante cavada en la roca. A lado y lado había puertas cerradas de donde salían extraños ruidos. Finalmente se detuvieron ante una puerta caoba.

“Aquí es” dijo el domador. Y advirtiendo a su interlocutor sobre lo tímidas que son al principio las criaturas de tal especie e indicándole que la lealtad del animal queda automáticamente adjudicada a la primera persona que la toque lo invitó a seguir.

Un golpe seco cerró la puerta y el mago comprendió muy tarde que se trataba de una trampa. Por alguna razón su magia dejó de funcionar y Gacho comprendió con desesperación que era en aquella montaña lejana donde estaban encerradas las criaturas que de alguna u otra forma habían intentado engañar al domador de criaturas saltarinas.

Viena, marzo 30 2012

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