La visión de Dante
Relato original de Pacelli Torres
Dante, espíritu del fuego, ardía con calma a los pies de la estatua de San Jacinto en una pequeña capilla rural.
Pero su existencia no fue siempre tan serena. Había sido parte del fuego que, iniciado por Nerón, acabó con Roma. También había calentado el crisol de varios alquimistas durante la edad media y había ardido en las antorchas con que los exploradores del siglo 19 iluminaban las cuevas recién descubiertas.
Allí, en el silencio de la capilla, Dante reflexionaba sobre cuestiones morales.
En una ocasión se encontró encendiendo el cigarrillo de don Amadeo, quien cada sábado, después de haber cerrado su negocio, solía sobrepasarse de cervezas como merecido premio, según su juicio, por la faena de toda una semana.
“Don Amadeo tenía un alma simple e inofensiva”, pensaba Dante, el espíritu del fuego, mientras contemplaba las llamas a su alrededor, todas ellas encendidas por gente igualmente humilde y de buen corazón.
Pero el destino espiritual de aquel buen comerciante se había visto entorpecido por una extraña circunstancia.
Cada 43 años tiene lugar un acontecimiento que si bien es de conocimiento común en el reino de los hechiceros, es completamente desconocido para el resto de nosotros. A las brujas que cumplen 113 años en la tercera luna llena del mes mítico de Zalenztro, se les permite realizar un ritual especial para aumentar su poder.
El procedimiento dura una hora y puede ser realizado una vez en la vida, y no por todas las hechiceras. Para ello, usando un imán astral, se atraen las emociones negativas de los humanos y se transforman luego en un elixir.
Pero si el mal no estuviera contenido por el bien, el mundo no existiría. Es por esto que en el plan divino están estipuladas ciertas reglas al respecto. Cuando las malas emociones son atraídas, evocan la imagen de una corriente de agua llevando diferentes tipos de embarcaciones. Aquellos sentimientos fuertemente negativos navegan en poderosos buques y alcanzan inexorablemente su destino. La corriente culmina en una gran cascada que se precipita con violencia en el hirviente caldero de la bruja.
Otras emociones, que no son tan malas, adoptan como medio de transporte pequeñas embarcaciones que con frecuencia naufragan durante su trayecto. Este naufragio, lejos de ser una tragedia, constituye el plan de salvación, pues su tripulante, la esencia del alma de la persona que generó la emoción, casi siempre puede alcanzar a nado uno de los múltiples islotes que flotan suspendidos en la corriente. Allí están a la espera los ángeles guardianes que llevan de regreso a estas almas y previenen así su sufrimiento.
Algunas recuerdan la lección, otras lo hacen pero la olvidan enseguida, y hay algunas, como la de don Amadeo, a las que les tiene sin cuidado lo que les pueda pasar. Tal vez fue precisamente por tener tal actitud que su alma se vio atormentada por esta extraña circunstancia, que, a los pies de la estatua de San Jacinto,rememoraba el espíritu del fuego mientras emitía su tenue luz.
Con gran claridad recordó Dante la tarde en que, ardiendo en la hoguera de una bruja, vio desfilar, sobre aguas turbulentas, las embarcaciones comandadas por las emociones humanas. La flota iba encabezada por un poderoso barco acorazado y tras su timón estaba la esencia del alma de don Amadeo.
“¿En que enredo se habrá metido el pobre comerciante?”, Pensó Dante. Y diligente como era se dio a la tarea de averiguarlo. En realidad no le resultó difícil, pues sobre la pesada mesa de caoba estaba la bola de cristal de la hechicera y todo lo que tuvo que hacer aquel espíritu del fuego fue formular la pregunta mentalmente.
En la convexa superficie de la esfera apareció una nube gris que se fue difuminando hasta dar paso a una escena en que aparecía don Amadeo jugando a las cartas una noche de sábado. Su contrincante, siendo uno de los buscapleitos del pueblo, no estuvo de acuerdo con el resultado de la partida y lo acusó de fraude. El buen Amadeo, pasado de cervezas, le volteó el vaso sobre el sombrero y abandonó el lugar.
El contrincante vociferó un puñado de malas palabras, pero sujeto como estaba por cuatro de sus compañeros no pudo agredir a don Amadeo, quien regresó a casa a salvo pero todavía ebrio.
El incidente no pasó a mayores y para mediados de la semana, los dos rivales conversaban casualmente en una de las esquinas del pueblo.
“Pero, entonces”, pensó Dante, “¿cómo es posible que el alma de don Amadeo se encuentre en tan inminente peligro?”
La respuesta, de nuevo, la encontró inspeccionando el estudio de la bruja. La historia estaba impresa en las plumas del cuervo. A veces los demonios quieren divertirse y confunden a los navegantes de la corriente embrujada. Tomando la forma de enormes aves de rapiña intercambian los tripulantes, los de una balsa son relocalizados en un buque, por ejemplo, o los de una fragata en una canoa. Con ello buscan contrariar el plan divino.
A veces lo logran, a veces no. Existen también ángeles encargados de revertir los cambios.
Aquella contienda entre ángeles y demonios es muy diferente a como la imaginan los humanos. La guerra entre el bien absoluto y el mal absoluto es una imposibilidad bien conocida en los planos superiores. Angeles y demonios juegan con las almas de los humanos al igual que nosotros jugamos al tenis. Al final, los guardianes del cielo y las huestes del infierno conversan sin ningún resentimiento como don Amadeo y su colega.
Pero esto no excluye la posibilidad de que la esencia del alma del pobre comerciante terminara en el elixir de la bruja. Esto lo supo muy bien uno de los parientes de Dante, quien, teniendo el mismo nombre, visitara el infierno hace más de 700 años.
El espíritu del fuego sentía aprecio por don Amadeo, desde que le encendiera aquel cigarrillo. Y desde la posición privilegiada en la que estaba, calentando el caldero de la bruja, decidió corregir por sí mismo aquella situación.
Respiró profundo y simplemente se extinguió.
La bruja sobresaltada trató de revivir el fuego, aunque en vano. La hoguera no solamente había dejado de arder, sino que el caldero había quedado de repente frio. Con cada segundo que pasaba la corriente embrujada se hacía más lenta, y cuando se hubo detenido, los barcos que sobre ella viajaban, empezaron a difuminarse.
La bruja maldecía y maldecía tratando de encender de nuevo el fuego, pero sin resultado alguno. Sus maldiciones formaron terremotos y ciclones en otras partes del universo, pero el alma de don Amadeo recibió justicia y éste aparentemente se regeneró, pues nunca más volvió a beber.
Dante, espíritu del fuego, sonrió con satisfacción al recordar aquella escena. El poder absoluto del universo también había sonreído y fue por esto que decidió transferir a Dante a aquella pequeña capilla rural, donde de vez en cuando se ocupa de reflexionar sobre cuestiones morales.
Viena, abril 7, 2014
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