domingo, 6 de abril de 2014

El depredador y su presa
Relato original de Pacelli Torres

Dedicado a mi antiguo estudiante Carlos Andrés Torres Oviedo. De quien recibí la siguiente cita:

"Si sólo hay un Creador que hizo al tigre y al cordero, al guepardo y a la gacela, ¿a qué está jugando? ¿Es un sádico que disfruta siendo espectador de deportes sangrientos?"

Richard Dawkins
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“El guepardo contempla sigilosamente a la gacela mientras se le acerca por un costado. Ésta lo descubre y emprende la carrera, el depredador la sigue.

Millones y millones de pequeñas interacciones ocurren en esos cortos segundos. Los cascos de la gacela levantan polvo que se distribuye en el aire aparentemente al azar. Sin embargo, la posición en el espacio de cada partícula está determinada por la masa de ésta, la velocidad del viento, la temperatura del ambiente, la fuerza y ángulo del impacto, la gravedad local, etc.etc, nada se deja al azar, todo obedece leyes precisas. Es a este conjunto de leyes y otras similares a las que podríamos equiparar con Dios, la fuerza primigenia.”

Los ojos penetrantes de los científicos más distinguidos del planeta estaban fijos en el joven profesor que exponía sus ideas en un congresos internacional.

“Sin embargo esto aún no es lo fundamental”, contradijo una voz desde la última fila.

Aquella conferencia abordaba el papel de Dios en la ciencia.

“Muy bien”, respondió el joven profesor sin alterarse y continuó:

“Al final todo se reduce a lo siguiente: Billones de fotones procedentes del sol chocan con el cuerpo de la gacela y envían energía a los ojos del guepardo. Es gracias a estos impulsos luminosos que el depredador puede ver a su presa. En este momento lo único que existe son interacciones energéticas entre dichos fotones y los electrones en la retina del felino. Más allá del materialismo debería figurar el energetismo, y es a esa energía fundamental a la que sin duda podemos dar el nombre de Dios.

Al oir tan elocuentes palabras, aplaudí enérgicamente. Aquello merecía una ovación de pie. Al hacerlo me dí cuenta de que era yo el único que aplaudía. Los demás científicos guardaban un silencio resentido. Su resentimiento, sin embargo, más tenía que ver con prejuicios personales que con la ciencia o el tema de la conferencia.

Antes de abandonar la sala me dirigí al estrado para manifestar personalmente mi apoyo al joven profesor. Al estrechar su mano sentí una descarga eléctrica, un sinnúmero de mundos multidimensionales parecían estar viajando por cada uno de mis nervios. Mi conciencia pareció expandirse, mi mente luchó por focalizarse de nuevo y al hacerlo, me encontré ante mi viejo amigo Miguel que aun con mi mano en la suya me miraba con picardía.

“Otro intento fallido”, me dijo. “Pareciera que estos humanos no tuvieran remedio.”

“Así es”, le contesté.”

Miguel abrió sus alas de arcángel y se elevó por los cielos.

Yo, por mi parte, tomé mi tridente y me dirigí a lo más profundo del infierno. Había allí mucho trabajo por hacer.

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