jueves, 10 de abril de 2014

El mensaje de la lluvia
Relatio original de Pacelli Torres

El espíritu del agua se movía en forma de nube sobre una pequeña ciudad. Diminutas gotas ascendían y descendían, se combinaban y se separaban, o simplemente se dejaban llevar por la brisa con una cadencia encantadora de perfecto equilibrio.

Estaba escrito, en los libros antiguos, que en esta tarde especial la lluvia llevaría a la humanidad un mensaje celestial.

Abajo, en las calles, algunas personas miraban al cielo y lamentaban no haber traído el paraguas o anticipaban lo incómodo que sería pasar el resto del día con la ropa mojada. Pero ellos eran la minoría. La mayor parte de los habitantes caminaban con los ojos fijos en el  piso por miedo a tropezar, o miraban con frecuencia sus relojes buscando cumplir compromisos impuestos por alguien más.

Desde el balcón de su casa, un filósofo observaba intrigado los cambios de color del cielo al ser iluminado por el sol, que, bajo las nubes, empezaba a desaparecer. Un matiz azul pálido primero, luego blanco y por último gris, decenas de diferentes tonalidades de gris.

Había leído el filósofo en un libro antiguo, que aquella lluvia sería diferente. Estaban allí también escritas las instrucciones para construir y utilizar un cuenco mágico de bronce, que adornado con el símbolo de acuario, tenía el poder de recolectar la sabiduría divina que caería con la lluvia.

El filósofo salió a su jardín, y siguiendo las instrucciones del libro, se paró en la intersección de cinco líneas que previamente había trazado según los movimientos planetarios.

Arriba, en el cielo, diminutas gotas de agua comenzaron a unirse en el interior de la nube, y cuando la condensación hubo alcanzado un nivel crítico, se precipitaron hacia la tierra llevando consigo el mensaje celestial.

El filósofo, con el cuenco levantado, sentía las gotas de lluvia caer por su rostro en medio de una indescriptible sensación de perfecta armonía y generosa abundancia.

Cuando revisó el cuenco, sin embargo, notó que estaba vacío. Buscó por todas partes el mensaje, pero no lo pudo encontrar.

Pasaron las semanas, y en el lugar justo donde se interceptaban las cinco líneas trazadas siguiendo el curso de los planetas, floreció un hermoso girasol.

Al estudiar la distribución de sus semillas, el filósofo por fin pudo comprender el mensaje: “ La sabiduría divina no puede contenerse en un cuenco, debe ser absorbida por todo nuestro ser, al igual que las plantas absorben el agua por sus raíces.”

Viena, abril 10, 2014

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