miércoles, 4 de abril de 2012

El mensaje


El mensaje
Relato original de Pacelli Torres
Las marcas en el ala de la paloma eran inequívocas, se trataba de una herida de flecha. El animal yacía en el piso y de no ser auxiliado moriría en las próximas horas. Rami la tomó con cuidado y la llevó a su casa.
Rami era el nombre con el que se conocía en el pueblo a la hija de Ramón el zapatero, a quien todos tomaban por retardado mental. Ramón y su hija vivían a las afueras del pueblo en una casa modesta donde en realidad nada les faltaba. Para los vecinos era un misterio que pudieran sobrevivir con los escasos ingresos del zapatero. Rami tenía ocho o nueve años y todos sabían que iba a convertirse en una mujer muy hermosa.
En una ocasión habían sido visitados por las autoridades del pueblo a las que preocupaba que una niña no asistiera a la escuela y viviera con un hombre con problemas mentales.
“Mi padre es un sabio”, les había dicho y yo ya he aprendido de él todo lo que se necesita saber. Las autoridades se negaron a aceptar su palabra y llevaron con sigo a don Jacinto, el maestro de escuela para que le hiciera un examen a la niña. Aquella respondió impecablemente a todas las preguntas. En la prueba de comprensión de lectura encontró dos tíldes que faltaban y tres comas mal puestas.
Dado que las autoridades civiles determinaron que en realidad nada estaba mal, acudieron a las autoridades eclesiastisticas. Aprovechando la visita al pueblo del señor Obispo, se arregló que este viera a la niña. Rami habló por horas con gran elocuencia y el obispo tuvo que admitir que todo estaba en orden. Aunque a nadie contó que al llegar de nuevo a su despacho se dio a la tarea de conseguir los libros que Rami le había mencionado, tan intrigado había quedado con sus respuestas.
Esa era pues Rami, quien aquella mañana regresó a casa con una paloma herida.
“Alguien conoce nuesto secreto”, dijo el padre con seriedad mientras limpiaba la herida de la paloma con un ungüento de hierbas que la curó instantaneamente. “El mensaje ha sido interceptado, tendremos que avisar de inmediato a la sede central”.
Acudieron al mercado donde encontraron a doña Eustacia, la vendedora de canastos. Esta partío una naraja en dos y les ofreció una de las mitades. Allí, en la mitad que tenía Ramón en la mano, empezó a moverse una luz azulada que desde la distancia reconocí como una lejana galaxia en espiral, al oprimirla un poco salió una gota de jugo que no cayó al piso sino que quedó suspendida en el aire y comenzó a girar. Se trataba de un planeta y hacia allí voló la paloma, llevando el mensaje de advertencia.
Yo, disfrazado de vendedor de mangos, y con mi arco y mis flechas escondidas bajo un costal vacío, destruí sin leer el mensaje que había quitado de la pata de la paloma y abandoné el mercado. Aquella misma noche renuncié a mi puesto como espia intergaláctico y al día siguiente llevé a reparar mis zapatos a la zapatería de Ramón. Realmente no había nada malo con aquella niña.

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