La clase de Ciencias
Relato original de Pacelli Torres
El director se presentó un día en nuestro salón de clase. “Don Facundo está enfermo” nos dijo. Todos sonreimos por dentro y reprimimos un aplauso. Don Facundo estaba enfermo y no tendríamos la tortura de sus aburridas clases por dos semanas.
“Sin embargo”, continuó el director,”su sobrino está aquí para reemplazarlo.
Por la puerta entró un ser que parecía salido de otro mundo. Tenía una barba rala y el cabello encrespado le caía hasta la espalda. Su rostro se me hizo conocido, pero no sabía dónde lo había visto.
Pasó la mirada por cada uno de sus nuevos pupilos y tuvimos la sensación de que estaba viendo a través de nosotros.
“Muy bien, señor director”, dijo, “veré que se puede hacer.”
El director salió y nos quedamos a solas con Facundo dos. Se llamaba igual que su tío. “Es una cuestión de familia”, nos dijo, “el nombre ha pasado de generación a generación desde que el tatarabuelo de mi abuelo salió de Portugal.”
Las cosas que oímos en esas dos semanas de boca del segundo Facundo las hemos recordado hasta la fecha todos los que tuvimos el privilegio de escucharlas.
El jueves de la segunda semana, sin embargo, yo quedé con la duda de si en verdad había entendido todo lo que quiso decirnos.
Tomó una lámina de cartón en la que había hecho una ranura, puso tras ella un vaso con agua y acercó el conjunto a la ventana para que le diera el sol. Enseguida aparecieron los colores del arcoiris.
“La luz que conocemos”, dijo,” está formada por ondas de diferentes longitudes, cada una produce un color diferente.
“Oh”, dijeron algunos de mis camaradas. “Es increible”, dijeron otros”
“Es por eso que vemos los colores”, explicó el nuevo maestro. El tablero lo vemos verde porque su superficie absorbe todas las longitudes de onda, excepto la verde. Esta la refleja hacia nuestros ojos y por eso vemos su color.”
Susana, una de mis compañeras guardaba silencio y parecía estar inmersa en un profundo pensamiento.
De repente levantó la mano para pedir la palabra y dijo:
“Eso significa que existen otras cosas a parte de lo que vemos, y que las cosas no son como parecen, como ha repetido tantas veces mi nona Celestina.
“Claro”, dijo Facundo etusiasmado, “en eso tienes razón. En este cuarto estamos rodeados de información. Es increible la cantidad de conocimiento que justamente ahora rebota en las paredes y de la cual nosotros no tenemos ni idea.”
Dos de mis compañeros de atrás se miraron el uno al otro y mientras Facundo abría el cajón de su escritorio uno se llevó la mano a la cabeza con gesto de apretarse un tornillo.
“Veamos si podemos pescar algo de ese conocimiento”, dijo el maestro que ahora tenía un pequeño radio en la mano. Lo encendió y movió el dial hasta que captó una emisora.
“Es la voz de Dinamarca, transmitiendo desde Copenague”, nos dijo. “Las ondas de radio no pueden verse y sin embargo existen. Y no sólo eso, han viajado miles de kilometros para llegar hasta nosotros. Esta es la prueba.”
Su voz era clara y firme como sólo los profetas la pueden tener.
Entonces, súbitamente me dí cuenta de dónde había visto al nuevo profesor antes. En la iglesia, en una de las pinturas que representan el bautizo de Jesús. Facundo tenía el rostro de Juan el Bautista, de eso no cabía duda.
A la salida del colegio oí a dos de mis compañeros que se decían: “eso sí fue una clase de Ciencias, no como las del viejo Facundo, que matarían a un burro de tristeza.”
Sin embargo yo no pensaba en el experimento, sino en las palabras de doña Celestina. Así como las ondas de radio no pueden verse, tal vez existen seres de otros mundos que nos rodean continuamente y tratan de transmitirnos su saber.
Esa misma tarde decidí ir a visitar a don Facundo, allí estaba también su sobrino. Pero ahora que lo pienso, nunca los vi a los dos juntos. Cuando salía uno de la sala entraba el otro.
Ondas de radio, seres de otros mundos, maestros que rejuvenecen. Definitivamente en este pueblo las cosas no son como parecen.
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