miércoles, 11 de abril de 2012

La pregunta


La pregunta
Relato original de Pacelli Torres

Don Silverio tenía una ferretería en el pueblo, justo en medio de la tienda de don Joaquín y la Sastrería Mallorca, que a propósito ya no se llama así.
Recuerdo que de niño visité varias veces aquella ferretería con sus estantes empolvados cargados de tornillos, puntillas, tubos, y en fin todo lo que en un pueblo como aquel se necesitaba en toda vivienda que estuviera en reparación.

Nuestra casa era justamente una de esas. Mi padre me envió en una ocasión a comprar puntillas de media pulgada, por alguna razón llegué de vuelta con una caja de puntillas de una y media pulgadas y tuve que acudir de nuevo a la ferretería.

Fue entonces cuando ví a don Silverio ocupado haciendo una reparación. Tan absorto estaba en su trabajo que no notó mi presencia. Sobre su estante tenía un extraño artefacto color verde oscuro del que suspendidas en el aire salían tres espirales, y digo suspendidas porque en realidad las espirarales no hacían contacto con su núcleo central. Supongo que se trataba de una fuerza magnética o algo por el estilo, aunque ninguna pieza era metálica, más bien se trataba de elementos orgánicos sobre los cuales había una maraña de capilares de gran complejidad por los que se desplazaban impulsos luminosos.

Fuera lo que fuera, aquel artefacto estaba más allá de cualquier tecnología humana.

“Las compañías de hoy en día no son como eran antes”, dijo para sí don Silverio cuando notó mi presencia, ¿a quién se le ocurre empacar tornillos tan pesados en una caja tan endeble?, y ¿por qué no le ponen unas manijas o algo para poder agarrarla?, en mis tiempos nada de esto hubiera sucedido”.

Para mi asombro, sobre el estante había una caja de tornillos que rebosaba su tope y don Silverio los estaba poniendo sobre una bandeja seguramente con el ánimo de colocarlos ordenadamente en uno de los estantes.

Le expliqué el por qué había vuelto y él me dio las puntillas correctas.

Regresé a casa pensando que el extraño artefacto seguramente se trataba de una ilusión óptica.

Pero hubo otro incidente que me hizo custionar. Al salir del colegio después del exámen de geometría a las 10 de la mañana, como era la contumbre en esa época. Vi cómo de la ferretería salía una escalera en espiral tan traslúcida que a penas se distinguía. La escalera se perdía en el cielo y no pude distinguir a dónde llegaba.

Pero entonces la racionalidad se apoderó de nuevo de mi mente. “Es la estructura de la cadena doble de ADN, es lo que tengo que estudiar para el examen de biología de mañana, y por el neviosismo la veo en todas partes” me dije a mí mismo.

Biología era la matería más difícil en mi colegio y por lo tanto no me fuí casa sino que a decidí ir a caminar por el sendero que del pueblo conduce a la vereda Lavadero donde planeaba sentarme bajo un árbol y repasar tranquilo mis apuntes.

Entonces tuvo lugar un tercer extraño incidente. Ancelmo el ladrillero venía caminando con afán llevando de la cuerda un burro.

“Espero que a Silverio no le haya dado por cerrar temprano la ferretería, la semana pasada también me la hizo, me hizo bajar dos bultos de arcilla y cuando llegue encontré la ferretería cerrada, dizque porque se le había presentado un viaje a Concepción. A Concepción o a la Luna, a mi que me importa lo que quiero es los 3000 que me ofreció para de una vez comprar el cuajo de doña Jacinta, ya que voy para el pueblo”. Aparentemente hablaba con sigo mismo, pero quien lo hubiera visto con atención se hubiera dado cuenta de que en realidad hablaba con el burro, y es que había que ver los ojos tan vivos de aquel animal.

Nos cruzamos saludandonos, como era la costumbre en las veredas, y no pude evitar voltear la vista para deleitarme de nuevo con tal visión. Un hombre viejo y su burro con las impresionantes montañas malagueñas como fondo. Entonces noté que de los costales de arcilla salían una especie de raices o tentáculos fosforescentes que se agitaban en el aire.

“Respiradores pránicos”, me habría de explicar muchos años después un un mistico oriental cuando le conté el incidente.

Pero a los catorce años, yo ignoraba todo eso. “Se trata de la luz que se cuela por las ramas de los árboles y produce ondulaciones en la sombras. No es más que un efecto óptico” Me dije.

Aquella mañana pude concentrarme sin problemas en la biología.

En el camino de regreso me crucé con una pareja joven, visitantes de la ciudad seguramente. Conversaban tomados de la mano y aparentemente no me vieron pues siguieron como si yo no estuviera.

“Silver y Ancel lograron ensamblar el intercomunicador galáctico” dijo el él.
“¿y cuál fue la pregunta'”, inquirió ella.

“Aunque no lo creas, preguntaron cuál es el propósito de la existencia, y desde las estrellas respondieron que lo más importante en el mundo es el servicio a los semejantes”.

Cuando dijeron esto ya nos habíamos cruzado. Voltee la vista pero ya no estaban, aunque si me hubiera fijado con más atención me habría dado cuenta que se habían transformado en un par de abajas que se dirigían a su colmena con la nueva información.

Media hora más tarde me encontré con Ancelmo que venía de regreso del pueblo. “El servicio a los semjantes” le decía a su burro, “el servicio, ¿quién lo hubiera pensado?, y yo que justamente esta mañana me ofrecí a comprarle el cuajo a doña Jacinta”

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