viernes, 4 de abril de 2014

La lucha de la razón y la sin razón.
Relato original de Pacelli Torres, ganador del cuarto concurso nacional de cuento RCN-Ministerio de Educación

Un destello proveniente del cielo iluminó la ventana y el cristal estalló en mil fragmentos.

Las sombras, asustadas, trataron de esconderse pero los corpúsculos de luz eran implacables. Las tinieblas, sin embargo, pudieron organizar una improvisada defensa, y sobre sus escudos de hierro caían con fuerza las espadas de los guerreros de la luz, quienes protegidos por armaduras doradas parecían invencibles frente a las huestes de la oscuridad.

Aquel batallar producía un sonido hueco, casi imperceptible, y fue este sonido, y no el rompimiento de la ventana, lo que distrajo la atención del gran sabio, que sentado en su pesado escritorio levantó la vista para saber de dónde provenía tan insólito barullo.

La poderosa inteligencia del sabio comprendió en fracciones de segundo lo sucedido. Aquellos seres dorados eran en realidad fotones que luchaban por abrirse paso para culminar su misión, la cual había comenzado a millones de kilómetros en la superficie del sol.

Desconcertado, el sabio observó sus estantes llenos de libros, mientras se repetía con su mente racional que aquello no era posible. Pero la mente no sólo es racional. Una voz proveniente del lado derecho de su cerebro le decía que sí era posible y que no se necesitaban microscopios ni teorías elaboradas para comprender la verdadera naturaleza de la luz.

Entonces tuvo lugar otra batalla, esta vez en la amplia mente del sabio. Racionalidad e irracionalidad pugnaban por imponerse. Miles de horas de lectura y estudio luchaban contra el sonido de las gotas de una cascada y el recuerdo de una o dos alegrías.

La batalla duró varios días y de su desenlace nadie supo. El sabio abandonó la torre de su castillo donde tenía su estudio, y nunca, hasta hoy, volvió a saberse de él.

Esta mañana, mientras me detuve en una flor amarilla para que la libélula, sobre la cual yo cabalgaba, saciara su sed en una gota de rocio; reconocí al sabio. Lo había visto una sola vez cuando siendo yo un guerrero de luz penetré en su estudio.

Caminaba el sabio, en medio de campos floridos, llevando de la mano a su nieta mientras le narraba historias de duendes y hadas y le explicaba con amor la verdadera naturaleza de la Luz.

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