domingo, 6 de abril de 2014

La misión


Relato original de Pacelli Torres


El monitor de nuestra nave marcó 00:21:05, era el tiempo que nos restaba para culminar nuestra misión. Habíamos sido seleccionados para llevar a cabo la operación final que libraría a nuestro pueblo de la tiranía del imperio. El emperador era un hombre ambicioso que con sus artilugios y amenazas había conseguido doblegar los catorce los planetas de nuestro sistema solar. Solamente tres satélites resistían, pero nuestros días estaban contados. Fue debido a esto que se decidió llevar a cabo esta misión desesperada.


Todo parecía estar en nuestra contra, se decía que el emperador ya tenía espías entre nuestros más altos oficiales, y por eso nuestra misión tuvo que ser ultra secreta, tanto, que ni siquiera mi copilota y yo la conocíamos en su totalidad. Habíamos sido instruidos simplemente para detonar ciertos explosivos a una hora determinada.


De repente, todos los instrumentos de nuestra nave se apagaron. Estuvieron muertos por casi dos segundos. “Es un salto dimensional”, me previno mi copilota, pero en seguida las computadoras de abordo nos confirmaron que todo estaba en orden.


El paisaje, sin embargo, había cambiado. Los asteroides ya no eran irregulares, en su lugar aparecieron miles de discos rojos que se movían con celeridad. El espacio también era diferente. Parecía haberse contraído, y nos encontramos de repente viajando por túneles que se hacían cada vez más estrechos. La gran pericia de mi copilota nos libró de choques inminentes con aquellos extraños asteroides aplanados, y cuando se hizo casi imposible maniobrar la nave, la computadora nos indicó que era la hora señalada. Con plena confianza en nuestros instrumentos detonamos los explosivos y emprendimos el regreso.


La onda explosiva fue leve. Definitivamente no lo suficientemente fuerte como para acabar con el imperio. Una gran incertidumbre se apoderó de nosotros. Habíamos fracasado? Habían los infiltrados alterado los explosivos?


De nuevo nuestros instrumentos sufrieron la misma interferencia por casi dos segundos, pero esta vez no nos importó.


Cuando llegamos al comando central fuimos recibidos como héroes. En los grandes monitores aparecían imágenes grabadas hacía unos minutos en las que se veía al emperador hablando frente a todo el imperio y justo allí, frente a las cámaras, había sufrido un derrame cerebral.


Las revueltas no se dejaron esperar y nuestros pueblos volvieron a ser libres.


Yo nunca me interesé por conocer los pormenores de la misión. Pero meses más tarde mi copilota me invitó una cerveza y me explicó que aquellos extraños asteroides aplanados eran en realidad glóbulos rojos y que habíamos estado viajando por los capilares del cerebro del emperador. La alteración de los instrumentos marcó nuestro cambio de tamaño. Fuimos nosotros, con nuestra explosión, los que le causamos el derrame cerebral.

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