domingo, 6 de abril de 2014

Historia de guerreros

Relato original de Pacelli Torres

Las trompetas sonaron por tercera vez y supimos que el momento había llegado. En perfecto orden marchamos hasta el edificio del comando central donde se nos había dicho que recibiríamos las últimas instrucciones. La mayor parte de mis camaradas estaban animados ante la perspectiva de la  batalla. Yo, por mi parte, tenía mis dudas y mi incertidumbre pronto se tornó en terror cuando vi cómo quienes iban adelante estaban siendo transformados. Un rayo dorado los convertía en espadas que caían a una gran banda transportadora y eran recogidos por los verdaderos guerreros cientos de metros más allá de donde yo me encontraba.

Era ese nuestro destino? Convertirnos en espadas que alguien más usaría en la batalla? Por qué nadie protestaba, por qué nadie huía? Delante de mi marchaban amigos míos, gente a la cual yo respetaba y admiraba por su claridad de juicio. Por qué permitian que les pasara eso?

Cuando llegó mi turno, cerré los ojos y me resigne a mi suerte. Un golpe seco me hizo comprender que mi naturaleza había cambiado. También yo me había transformado en una espada, aunque todavía conservaba mi conciencia. En aquel momento hubiera preferido haberlo olvidado todo, sumirme en la inconciencia, pues a mi primer terror se sumó otro mayor. Las espadas no eran metálicas, estaban hechas de cristal y con ellas nuestro ejército debía enfrentar a los adversarios.

La batalla no quedó registrada en crónica alguna. Aquellos que tomamos parte en ella apenas pudimos creer lo que estaba pasando.Cómo podría alguien más imaginarse lo sucedido al leerlo simplemente?

El otro ejército era más poderoso que el nuestro. Sus espadas eran de acero y con un golpe certero nos hacían añicos a diestra y siniestra.

“Es la nota de sol”, oí a mis espaldas, “y ese es un fa sostenido”. No supe de donde provenía la voz, pero con un poco de concentración pude darme cuenta que cada espada de cristal que se rompía producía una nota musical. El campo de batalla era una melodía!

Con cada nota aparecía también un destello de luz que rápidamente iba a formar parte de una trenza que ascendía hasta el cielo.

Mi paso de espada a nota musical y luego a destello de luz apenas lo note. Me encontré de repente ascendiendo por una escalera en espiral que parecía no tener fin.

La voz que escuchara antes se dejó oír de nuevo: “citocina, guanina, tiamina”, repetia. Y fue entonces cuando comprendí lo sucedido. Aquel no era yo, era simplemente un eslabón de mi propia hélice doble de ADN.

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